En política, como en la vida, la amnesia no es buena consejera. Siempre recuerdo algunos axiomas que decía mi madre, los cuales nunca he olvidado porque fueron verdaderas lecciones de sabiduría.
Entre otros dicharachos, ella decía: hijo tú perdona, pero nunca olvides, como queriéndome aconsejar que las buenas acciones no debían pasar por alto, y tampoco las malas.
Traigo sus enseñanzas a colación por lo mucho que me he acordado de ella por estos días, en que algunos hablan de borrones y cuentas nuevas, de pasar página y de historias pasadas que no conviene recordar.
Como bien dijo nuestro Héroe Nacional José Martí, “de amar las glorias pasadas se sacan fuerzas para adquirir las glorias nuevas”, una idea que materializó durante su corta existencia. En la preparación de su propia contienda, la de 1895, él volvió una y otra vez a los héroes de la Guerra Grande, consciente de que sin ellos y sin su ejemplo, no habría gesta independentista en Cuba.
Y así ha sido a través de nuestros más de 140 años de lucha. Los artífices de la epopeya cubana siempre han tenido claridad de que un pueblo sin memoria será siempre presa fácil para sus enemigos.
Cómo pretender olvidar la manera en que España gobernó a Cuba que, como dijera Carlos Manuel de Céspedes, fue con un brazo de hierro ensangrentado. Para demostrarlo, ahí están los testimonios escritos por el propio Martí en El presidio político en Cuba y la historia del niño Lino Figueredo.
O es que acaso puede dejarse de lado la forma en que los americanos intervinieron en la Guerra Necesaria e impusieron la Enmienda Platt, que le daba derecho a intervenir aquí cada vez que estimasen conveniente.
Y los ojos de Abel; y el crimen del Callejón del Muro, donde resultó ultimado uno de los jóvenes más talentosos y valientes que ha parido esta tierra, Frank País García, no podrán ser borrados de la memoria. Imposible. Como tampoco aquellos jóvenes casi niños que empuñaron las armas en Playa Girón o los que fueron a las lomas a alfabetizar, como Manuel Ascunce Domenech, ahorcado junto a su alumno mientras repartía cultura.
Esos pasajes, y otros miles, forman parte del patrimonio de la nación y constituyen una suerte de blindaje para los cubanos, de los cuales nunca podrá hablarse en pasado.
Y al igual que nosotros, otros pueblos tienen frescas en sus mentes imborrables páginas de gloria y de dolor. Soslayar que en Latinoamérica hubo sangrientas dictaduras fascistas que desaparecieron a miles y miles de personas a través de la Operación Cóndor, sería un suicidio que pocos estarían dispuestos a aceptar.
El asesinato del presidente Allende, la traición a Sandino, el golpe de Estado contra Hugo Chávez jamás podrán ser obviados. Sucesos como esos, y otros muchos imposibles de mencionar aquí, deben ser conocidos al dedillo por los niños y jóvenes, quienes tienen en la historia un instrumento insustituible para formar valores.
Al decir del Maestro, “la historia de América, de los incas a acá, ha de enseñarse al dedillo, aunque no se enseñe la de los arcontes de Grecia”, una lección que debemos aprender para todos los tiempos.
Claro, a los enemigos les conviene la desmemoria, pasar la página, limpiar nuestras mentes como si fuera un disco duro. A nuestros pueblos no, porque correrían el riesgo de perecer en el intento.
Cierto es que corren otros tiempos y no puede vivirse anclado en el pasado, lo cual no quiere decir que debamos mirar solo al futuro, obviando toda la gloria anterior y también los tragos amargos.
Mas, no debemos pasar por alto que estos son días de mucha banalidad, impuesta por los mecanismos del mercado, un asunto que nos plantea un gran desafío en lo cultural y en el ámbito educativo, a lo cual hay que sobreponerse con inteligencia.
El asunto está en perfeccionar el trabajo de la familia, por donde comienza todo, de la escuela, y en especial en la enseñanza de la historia, la que por muchísimas razones no pasa por su mejor momento.
Por desgracia, la globalización nos ha llevado a una matriz de consumo, de aspiraciones materiales, ante cuya avalancha la solución nunca estará en prohibir, sino en educar para que los ciudadanos puedan crecer espiritualmente, en especial los más jóvenes, sin dejar de ser críticos.
De la unión de todos dependerá que tales carencias no se conviertan en brechas ideológicas, irreversibles en el campo de los valores, de los principios, de los símbolos. Lo que no hagamos hoy, mañana será tarde.



















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Osmanys Céspedes dijo:
1
18 de abril de 2015
10:05:12
David ginarte dijo:
2
18 de abril de 2015
12:17:10
Emilio Martinez dijo:
3
18 de abril de 2015
13:22:16
mercedes julia torres garcia dijo:
4
19 de abril de 2015
13:46:20
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