
ARTEMISA.— ¿De qué vale la teoría si no se aplica o ejercita en la práctica?, cuestionan algunos. Incluso hay quienes le confieren más importancia a esta última, aun cuando están conscientes de que una complementa a la otra. En el “terreno” es donde se aprende de verdad, dicen otros.
Hacer realidad los conocimientos impartidos en clases, darles vida y verlos crecer mediante el trabajo sistemático, es una experiencia única. Entonces, se tiene la posibilidad de palpar el torno y crear una nueva pieza, presenciar el nacimiento de una planta desde el esfuerzo de las manos que la sembraron, resolver los problemas mecánicos de un vehículo automotor o un equipo ferroviario, entre otras actividades.
Estas vivencias son posibles cuando se logra la fusión de ambos elementos, cuando teoría y práctica van de la mano.
En el Instituto Politécnico Batalla de El Rubí, del municipio de San Cristóbal, saben de la importancia de una y otra, como parte del proceso docente educativo, y disímiles experiencias se transmiten a los más de 300 estudiantes del centro.
Los pupilos dedican jornadas a especialidades como zootecnia veterinaria, mecanización agrícola y agronomía, en el caso de los técnicos medios; mientras, los obreros calificados prueban sus habilidades en otras como chapistería, torno, fresado, agropecuaria, mecánico de equipos agrícolas, hasta completar nueve.
“Casi todas las prácticas de las especialidades agropecuarias se hacen en la escuela, pues contamos con áreas de producción y básicas experimentales, así como con instrumentos de trabajo. Además, la Empresa Agropecuaria del municipio también nos apoya”, afirma Lidia Caridad Bazar Lezcano, la directora, quien en la última década ha estado al frente del centro estudiantil.
“Y desde los inicios se recibe la colaboración del central 30 de Noviembre, ya que el politécnico fue concebido luego de este, con la intención de formar, en un principio, especialistas para la industria azucarera”, añade.
Entre los espacios dedicados a la siembra y el pasto, los organopónicos y el edificio docente, disponen de 38,42 hectáreas. Sobresalen el área de frutales, la de compost y lombricultura, el jardín de plantas medicinales y el de viandas tropicales, el vivero, entre otras. De estas, en su mayoría, se ocupan los muchachos con los profesores, y ya tienen preparadas las correspondientes para continuar trabajando según el plan de plantación.
Por otra parte, visitan entidades de la Empresa Agropecuaria, como la Granja Integral Comandante Pinares, la UBPC El Yucayo, y el Instituto de Medicina Veterinaria.
El politécnico tradicionalmente se dedicó a la agronomía, y desde el 2008 es referencia nacional de la agricultura urbana y suburbana, condición que ratificó recientemente.
VIVENCIAS PRÁCTICAS
Para garantizar la efectividad del proceso 84 docentes ponen su máximo empeño. Yuniel Guerra fue estudiante del centro y hace nueve años se desempeña como profesor. En el momento de nuestro recorrido, guiaba a un grupo de educandos en el desarrollo de las clases prácticas: “Están garantizadas las condiciones para una formación integral del estudiante”, manifiesta.

Uno de sus discípulos ha sido Roberto Mirabal, quien cursa el tercer año de Agronomía y el año pasado obtuvo el primer lugar en su perfil, en la I Feria Nacional Agropecuaria. “Mi abuelo se dedicaba a esta actividad, y me inspiré en él para optar por la carrera. Me gusta calcular área, sembrar, regar, aporcar, guataquear, echar abono; de todo un poco. La práctica me ha enseñado gran parte de lo que sé”, opina.
Mientras, Yolianet Maiza, quien comparte su interés hacia la carrera, asevera que el desarrollo de habilidades mediante el ejercicio continuo ha contribuido a su preparación, y le dará la oportunidad de ser una buena profesional en el futuro.
Maestros y estudiantes tienen también la posibilidad de insertarse en las actividades del consejo popular José Ramón López Peña, del propio municipio, al cual pertenece la institución docente.
Cuentan con proyectos socioproductivos en la escuela primaria Pepito Tey y la secundaria básica Combate de Galalón, lo que contribuye a la formación vocacional; propician el intercambio con los pioneros y comparten con ellos medios de enseñanza, y exposiciones.
DESDE LAS AULAS ANEXAS, CRECEN SUEÑOS
Disponen de un total de 12 aulas anexas, y en estas trabajan de conjunto el profesor guía y el especialista de la correspondiente unidad. El primero asesora en la parte docente y a la vez también se prepara, al ser testigo de cada experiencia.
En el caso de las especialidades de mecánica tienen aulas en el central 30 de Noviembre, en uno de sus talleres (el AX1) y en la parte ferroviaria del coloso. Mientras el aula de chapistería se encuentra en el taller de Rafael González, en San Cristóbal, quien no estudió magisterio pero tal pareciera que lleva la profesión en cada uno de sus poros. Varios son los muchachos que lo siguen, y en su taller —ubicado en el ya mencionado consejo popular—, se han hecho y hacen grandes.
En esta tarea no se encuentra solo, la profe Anelys Ortiz tiene una gran responsabilidad en el funcionamiento de dicha aula anexa, la única de su tipo concebida en el municipio; y su esposa Maricela Martínez, es su mano derecha y una madre más para los estudiantes. Recientemente se iniciaron en el taller 19 muchachos de primer año de la referida especialidad.
Según Bazar Lezcano, la directora de la institución educativa, “cuando se abrió la carrera acudimos a él, quien no puso pero alguno para asesorar a los educandos”.
“Acepté la propuesta porque previamente había sido instructor en la Empresa Reconstructora. Me gusta enseñar, compartir mis conocimientos. Comienzo en el 2010, atendiendo a alumnos en el periodo de prácticas; en ese momento trabajaba en el Centro de Inseminación Artificial y se me concedió un permiso especial para dar las clases. Posteriormente trabajamos con otros dos grupos (con cada uno, durante dos cursos); ya hemos formado 41 estudiantes”, agrega Rafael, quien desde marzo del año pasado es trabajador por cuenta propia, en la modalidad de soldador.
De lunes a miércoles los muchachos asisten a la escuela y jueves y viernes permanecen en el taller. Trabajan por un plan de rotación, lo cual les permite laborar en las diferentes áreas, como la de corte y trazo, corte de la guillotina, la dobladora, soldadura autógena, soldadura eléctrica, y martillado y cepillado.
Además, se guían por una carta de instrucción. “Les medimos organización, disciplina, independencia y calidad del trabajo”, manifiesta Anelys.
“Rafael demuestra la actividad de forma lenta, normal y rápida; se hace un mismo trabajo varias veces. Cuando comienzan la ejecución práctica, ambos miramos lo que hacen, si hay varios que desarrollan algo mal se detiene la práctica las ocasiones que sea necesario, hasta que aprendan.
“No puede haber perfección cuando no hay práctica, y para ellos es fundamental tener la posibilidad de emplear los instrumentos de chapistería disponibles aquí, y desarrollar habilidades. Las cosas que se realizan no se olvidan, y al mismo tiempo aprenden los conocimientos teóricos”, precisa.
Hasta el tiempo libre muchos lo dedican a este espacio. “Aportar mis conocimientos a las nuevas generaciones es gratificante. Pretendemos tener siempre estudiantes en formación”, plantea el profesor instructor.
El taller ha sido visitado por varias personas, quienes se acercan para conocer la experiencia. Y en cualquier obra de la comunidad donde requieran de los servicios de Rafael, pueden contar con estos, de forma gratuita. De ahí que, en una carpeta atesora disímiles diplomas de reconocimiento, entre estos, el otorgado por el círculo infantil Basilio Caraballo, y por la Unidad Básica de Alimentos San Cristóbal (debido la transformación de la sobadora de la panadería), y otros tantos.
Adriel cursa el segundo año de chapistería, desde el curso anterior está vinculado al taller, y no quiere desprenderse de este sitio, donde ahora realiza sus prácticas pre-profesionales. Para él, es como si fuera su otra casa, pues pasa bastante tiempo allí.
Yusiel pertenece a su grupo, también sigue en este lugar, y comenta entusiasmado que cuando se gradúe pretende abrir un taller, “ya tengo una parte de los instrumentos y algunos de mis compañeros de aula podrán ser mis ayudantes. Los conocimientos que domino me ayudarán a alargar la vida útil de los vehículos, entre otras actividades. De esa forma también se protege la economía del país”.
Gracias a la guía y el tesón de los maestros —aun cuando pasen los años—, difícilmente, quienes se nutrieron de sus conocimientos, olviden las aulas anexas donde vieron crecer sus sueños y al politécnico Batalla de El Rubí, que alimentó estos constantemente.
Y es que “la enseñanza práctica es una potencialidad en nuestra escuela, los problemas del centro son de índole constructivo, pero esto no ha afectado el buen desempeño, ni empañado los resultados atesorados hasta el momento. En el claustro no pocos alcanzan los 20 años de trabajo, y contamos con algunos jóvenes que, para dicha nuestra, son graduados de este politécnico”, comenta la directora.
Al interrogarla sobre cuál es el secreto para mantener buenos resultados plantea: “Es una claustro con mucho sentido de pertenencia y muy unido, el trabajo en conjunto es fundamental y, sobre todo, el amor a la profesión”.
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alberto.e dijo:
1
24 de febrero de 2015
21:35:58
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