ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA

El principal objetivo del plan Northwood del Estado Mayor del ejército de Estados Unidos fue repetir en 1962 la voladura del acorazado Maine.

La idea era reavivar la memoria de la destrucción y, como entonces, justificar con el masivo crimen una intervención directa del gobierno de Estados Unidos para aplastar la Revolución.

Hace ahora 117 años, el 15 de febrero de 1898, la explosión del Maine, en la bahía de La Habana, estremeció a la ciudad y provocó la intervención de Estados Unidos en la guerra de independencia.

La explosión de las 5 600 toneladas del acorazado provocó la muerte de unos 266 marineros estadounidenses, un 75 % de la dotación, la mitad de ellos inmigrantes alemanes, irlandeses y escandinavos; una quinta parte eran afroamericanos. La casi totalidad de sus 26 oficiales, incluyendo al capitán Charles D. Sigsbee, no se hallaban en el barco a las 9 y 40, hora del espantoso siniestro, pues al caer la tarde se trasladaron al barco mercante City of Washington “para cumplimentar una invitación”.

El Maine fue enviado a Cuba por el gobierno estadounidense unos diez días antes, desde el 25 de enero, a solicitud del cónsul de EEUU, Fitzhuge Lee, “para proteger las vidas y propiedades de los norteamericanos en Cuba”.

La prensa de Estados Unidos en 1898, liderada entonces por el novel diario New York Journal de William Randolph Hearst y el ya establecido New York World de Joseph Pulitzer, encabezaron una campaña que llevó a ambos al millón de ejemplares y fue algo así como su bautismo de fuego incitando a la guerra.

El informe Swanson dictaminó 34 días después, en marzo 21, que la causa única del siniestro fue una mina española colocada en el fondo de la nave. Pero en 1976 el Almirante Rickover continuó la investigación y concluyó que no había pruebas de que la explosión fuese obra de los españoles.

En cambio, la explosión planeada en 1962 por los militares, encabezados por Lyman L. Lemnitzer, jefe del Estado Mayor, se produciría donde pudiera disponerse de testigos. Una vez llevado a cabo, la lista de las víctimas se publicaría en la prensa y falsos funerales se organizarían para suscitar la indignación. Contemplaba también iniciarse cuando navíos y aviones cubanos estuviesen en la zona para poder imputarles el ataque.

Según documentos desclasificados en 1989, el Northwood sería realizado por mercenarios cubanos, incluía simular un ataque a la base de Guantánamo y quemar su polvorín. El presidente Kennedy se negó a aprobarlo y autorizó en su lugar el Plan Mangosta, que la CIA y los militares consideraban solo fingía hacer ver que se actuaba contra Cuba.

La lucha del pueblo cubano por lograr la independencia, antes frente a España y después con EEUU, el más poderoso adversario de la edad moderna, cuenta en realidad con más de dos siglos. Desde 1805, ya el segundo presidente norteamericano Thomas Jefferson, advertía al ministro inglés en Washington que en caso de guerra contra España, Estados Unidos se apoderaría de Cuba por necesidad estratégica. “Añadiríamos Cuba a nuestra federación”, apuntaba.

Así se diseñó la estrategia de esperar el momento propicio para que cayese la “fruta madura”, el cual vieron posible en 1898, a partir del inminente triunfo de las armas cubanas frente al extenuado ejército español. Entonces el gobierno de McKinley envió un ultimatum a España en el cual le daba un plazo para conceder la autonomía a Cuba. La idea era poder comprar la isla como expresaba Monroe, sin embargo el general Blanco, sustituto de Weyler como gobernador, informó a EE.UU que había tomado la decisión “solicitada” de conceder la autonomía a Cuba bajo un protectorado.

La reina firmó el decreto el 24 de noviembre de 1897 y Blanco esperó casi dos meses para promulgarlo en enero de 1898. Pero ambos sabían que ni uno ni otro concederían en realidad la autonomía y menos la independencia, como exigían los insurrectos. Esa ideología inspiró la Resolución Conjunta del Congreso de EEUU que en 1898 justificó la guerra contra España.

El gobierno español en lugar de escuchar las voces que en la propia Metrópoli conminaban al gobierno a reconocer la independencia por la cual luchaban los mambises, facilitó los planes del gobierno de EE.UU al rendirse con menosprecio de Cuba. En el Tratado de París, Estados Unidos se tragó las islas de Cuba y Puerto Rico, y como producto extra Filipinas, Guam y varias pequeñas islas. Un subproducto de la Intervención resultó la anexión de Hawaii.

En realidad ese 10 de diciembre de 1898, al firmarse el tratado, Cuba perdió más que nadie, pues todavía está sintiendo los efectos del infeliz desenlace: otros 100 años de lucha por preservar su soberanía.

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