
ARTEMISA.— Los años no pasan por Rosa Isabel Gaillard Domínguez. Con 73 primaveras sigue construyendo historias junto a la complicidad de sus estudiantes y hace del ejercicio de la profesión una razón más para amanecer con nuevos bríos.
Sus alumnos prefieren llamarla Rosita y ha formado a un sinnúmero de profesionales, con muchos de los cuales se cruza a menudo y la sorprenden con un cordial saludo. Otros, van a visitarla a la escuela y hay quienes casualmente la encuentran entre los pasillos y asombrados afirman: ¡Y todavía Rosita está aquí!
Sucede que a esta profe es difícil olvidarla. Entre una sonrisa afable y una conversación a flor de labios siempre tarda, entre tantos conocidos, en llegar a su destino mientras desanda las calles del Mariel.
Pero su historia inició hace muchos años. “Desde pequeña quise ser maestra; me llamaba mucho la atención el arte del magisterio. El niño cuando comienza a crecer, empieza a repasar a los otros o a orientarlos, y así sucedió conmigo”.
En el curso 1959-1960 se graduó de maestra normalista. “Inicié con 14 años en la Escuela Normal de Guanajay y concluí el último año en la de Pinar del Río.
“Las escuelas tenían maestros propios y había pocas. Todos los días junto a otras tres compañeras iba al municipio de Educación para ver qué necesidad tenían. Casi siempre se presentaba algo y nos incorporábamos como sustitutas. Les enseñaba a los estudiantes trabajos manuales y cosas de su interés.
“Más tarde me mandaron para la entonces base Granma, en el propio municipio. Cuando Raúl baja de la Sierra con su tropa crea un Cuerpo de Ejército que le llamaron Infantería de Marina; en esa zona había varias escuelas primarias de grados múltiples, y deciden llevar a diario a los estudiantes a una escuela con todas las condiciones creadas, y después los regresaban.
“Me incorporé como maestra sustituta por una profesora que iba a faltar por un tiempo. Ahí conocí a Fidel —estuvo en mi aula, conversó con los muchachos, y conmigo—, y también a Raúl”.
No había tiempo para el descanso. Por el día acudía a la correspondiente escuela, y a las cinco de la tarde, de forma voluntaria, le impartía clases a los soldados del Ejército Rebelde en el cuartel del Mariel, con el fin de que se superaran, tarea que emprendió durante dos años.
Cuando abrieron la secundaria básica Dionisio San Román, se incorporó al claustro y dio clases de Matemática. “Para esa fecha empecé a alfabetizar en el pueblo y después me pasaron para la oficina de la alfabetización municipal. Más tarde me presenté a plazas de oposición en Pinar del Río para optar por la cátedra de ciencia, en la misma secundaria”. A esta enseñanza le dedicó 25 años.
También preparó a los primeros cuatro contingentes del destacamento pedagógico en la regional Artemisa (que comprendía los territorios de Mariel, Guanajay y Artemisa); le llamaban atención técnica y tenía lugar una vez a la semana. Además, les daba intensivos de una semana en las escuelas al campo. “Después lo mejor era que ellos tenían mejores resultados que yo”, dice orgullosa de aquellos pupilos.
“Siempre me superaba. Primero, por la escuela, comenzamos a recibir la superación de la entonces provincia de Pinar del Río en Física y Química y después, por iniciativa propia, iba los sábados a los cursos de la Escuela de Pedagogía de La Habana. Posteriormente, matriculé los sábados los cursos de Química para técnicos medio de analista y tecnólogo químico, en la escuela Mártires de Girón”.
Por Curso para Trabajadores entró a la Cujae a estudiar ingeniería Química en procesos y equipos industriales. “Durante seis años, iba de tres a cuatro días a la semana, de 5:00 p.m. a 9:30 p.m. y llegaba a la una de la madrugada a Mariel. Por el año 80 me gradué”.
Rosita hizo 43 escuelas al campo consecutivas. Por haberse destacado en la contribución a los avances del municipio, la nombraron hija ilustre de Mariel en el 2009. Y para febrero del 2011 se hizo máster en ciencias.
En el 84 entró al Instituto Politécnico Juan Manuel Castiñeiras, y desde entonces no ha podido desprenderse de este sitio. En las especialidades metrología, termoenergética, explotación del transporte, entre otras, ha formado a decenas de jóvenes; y siempre ha mantenido mucha vinculación con la central termoeléctrica Máximo Gómez.
“Trabajo varias asignaturas de una especialidad, siempre luchando por establecer el vínculo entre una y otra”. En julio del 2013 se jubiló y contrató por horas clases, impartiendo 16 a la semana.
Con el objetivo de obtener conocimientos que luego pueda aplicar en la docencia, matriculó el año pasado el curso de operador de equipos portuarios, y después hizo el de tarjador–inspector, como parte de la preparación de técnicos para la Zona Especial de Desarrollo. Realizó las prácticas en la Terminal de Contenedores de La Habana.
“En el primero, aprendí a manejar montacarga, tractor, cargador frontal, las grúas RTG y las STS (la cabina está a 45 metros de altura y el brazo mide 101), y cuñas tractoras”. Fue la única mujer que se graduó, de un curso de 88 compañeros.
“Cada vez que matriculo en algo, voy con el objetivo de la docencia”, insiste. “Una de las profesiones más dignas e importantes que hay es ser maestro. Al profesor todo el mundo lo quiere y la sociedad lo reconoce. Al terminar en la Cujae me podía haber ido para la industria, pero mi mundo es este.
“Cuando los muchachos me tengan que ayudar a subir las escaleras de la escuela, entonces me voy. Me siento bien aquí. Hablo con ellos, y si percibo que tienen algún problema me acerco. No se me pueden dormir en las clases, trato de animarlos y ayudarlos siempre”.
Y por su casa ha pasado “medio pueblo”, ya sean estudiantes de uno u otro nivel. Siempre que se trate de enseñar, Rosita está dispuesta a brindar una mano amiga, porque “ser maestro es ser creador”.



















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Jorge Nesrala. dijo:
1
25 de noviembre de 2014
11:43:24
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