JÚCARO, Venezuela, Ciego de Ávila.—Todos los Páez se parecen: piel cobriza, brazos fuertes, manos callosas, piernas a prueba de cualquier vaivén del barco y pies acerados, propios de la vida marinera.
El viejo Antonio me lo había dicho una década atrás: “Mis hijos jamás abandonarán el mar, porque yo los crié en el agua, encima de un barco. Así mantuve a toda la familia y en su momento a ellos les tocó hacer lo mismo.
—¿Y cuántos varones tiene, Antonio?, pregunté en aquella ocasión.
—Seis. ¡Y todos son pescadores!, dijo con el orgullo y la seguridad del hombre acostumbrado a la impenetrable soledad del mar.
Una década después de aquel encuentro, tengo frente a mí a Roberto, Alexánder, Gonzalo y Gustavo, la mayoría, integrantes de la tripulación de entonces. Ahora surcan mares a bordo del Camaronero 328, uno de los más destacados de la Unidad Empresarial de Base pesquera de Júcaro, un pueblito marinero del sur del municipio avileño de Venezuela.
Desde hace cuatro años el viejo está ausente, pero sus enseñanzas quedaron en los hijos: “Antes de morir nos recalcó que fuéramos buenos pescadores, que no mancháramos el honor de la familia, palabras que nos tintinean a cada instante”, dice Roberto —más conocido por Osiris, nombre por el cual lo llamaré en lo adelante—, quien pese a no ser de los mayores, es de los más respetados, tanto que desde hace varios años es el patrón del camaronero donde navegan cinco de los seis hermanos —el otro, Manuel, es patrón del Sondero 5, la enviada del camarón.
—Debe ser difícil dirigir a hermanos que tanto se conocen, le comento a Osiris.
—Yo no mando ni exijo. Aquí todos saben qué hacer y cuándo. Si somos una familia bien llevada en la tierra, no podemos serlo menos en el mar, porque ese sí que no admite equívocos ni equivocados.
En todo el Golfo de Ana María nadie osa discutirle a los Páez la condición de excelentes pescadores, conocedores de los secretos de las aguas del Sur de Júcaro como la palma de sus manos.
“Cuando nos dedicábamos a la pesca de la escama, estuvimos entre los primeros del país durante varios años, incluso, en 1997 capturamos 97 toneladas y ganamos la condición de mejor barco del país en una emulación que llamaban Al rojo vivo”, explica Osiris.
“En el 98 nadie quería pescar el camarón y nosotros dijimos: aquí estamos y, durante ocho años, fuimos los mejores de Cuba. Llegamos a ganar la condición de mejor barco del quinquenio 1995-2000”, abunda Justo, aclaración mediante: “No me malinterprete, ni piense que somos autosuficientes, pero es así como le cuento”.
Gonzalo, resuelto en palabras como su hermano Gustavo, asegura que por las enseñanzas del viejo Antonio, ellos parecen haberle cogido el pulso al mar, al extremo de que solo basta con pasarle la vista al área donde se encuentran para saber si habrá buena captura o no.
—¿La pesca del camarón es más difícil que la de escama?
—Sí, asevera Gustavo. Ilustra con un ejemplo: “No es fácil estar pescando toda la noche, desde que el Sol se acuesta hasta que se levanta al otro día. La corrida dura 14 noches sin parar. Uno debe hacer cuatro o cinco lances, levarlos… y las guardias, y el motor rugiendo, y estar al tanto para que todo salga bien.
—¿Y abundan los jóvenes pescadores?
—El relevo, lo que se dice el relevo, no está. El problema es que los muchachos prefieren ir a estudiar y muchos no regresan, aunque por la parte de los Páez sí existe. Aquí está mi gallo de pelea y no se huirá. No por gusto tiene el nombre de su abuelo, asegura Gustavo, el padre de Antonio Páez Jerez, de 16 años.
Dentro de poco, formará parte de la dinastía de los Páez. Estudia en la escuela de pesca Andrés González Lines, en Manzanillo. Quiere ser patrón. Ya hizo las primeras prácticas en el camaronero de la familia y le fue bien, aunque según afirman, no hubo concesiones en el periodo de adiestramiento, ni siquiera por tener la misma sangre y el apellido más renombrado entre los pescadores de Júcaro. “Desde ahora debe acostumbrarse a que la vida del marinero no es tirarle piedras al mar, como hacen los niños en el litoral”, remarca Gustavo.
Antonio, quien oye las palabras de su progenitor, asegura que se adaptará a la vida marinera, aunque no le guste levantarse tantas veces en una noche. “Uno debe hacerlo cada una hora para hacer el levante del lance. Y eso no es fácil”, explica el joven.
—Osiris, ¿por qué el barco de ustedes cumple los planes todos los años?
—No es el barco, afirma en tono de broma. Somos nosotros. Papá también nos enseñó que el pescador no puede ser envidioso, pero sí ambicioso en su trabajo. Era la forma de hacernos saber que uno debe dar el máximo y no dejar que lo ahoguen las dificultades, las carencias. Y eso lo llevamos al pie de la letra. Si preguntas, te dirán que somos unos de los barcos de menos tiempo perdido en la provincia.
El 328 es el mejor camaronero que surca las aguas adyacentes a Ciego de Ávila, con 19 toneladas (cinco por encima del plan) aportadas, a las que se suman otras 25 de escama para ayudar a la Empresa Pesquera Industrial (EPIVILA) de Ciego de Ávila, que comenzó el año con pie jorobado, pero al cierre de agosto sobrepasa los planes de captura de todas las especies —menos los de la jaiba y el bonito, que no se han manifestado como en años anteriores—, y muestra utilidades por encima de los dos millones de pesos, una de las mayores cifras de los últimos años.
Y en esos resultados mucho tiene que ver el esfuerzo de los Páez de esta historia, y de otros cuatro que, con el mismo apellido, andan a bordo de distintas embarcaciones, formando parte de una dinastía que navega con buena marea por las aguas del Sur de Júcaro.



















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7 de octubre de 2014
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la carta dijo:
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willamalfredo dijo:
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