
CIEGO DE ÁVILA.— Jicotea es un pueblito de ganaderos y de gente de andar rápido, al menos es la imagen en este verano, que allí inició diferente al de otros años, quizás por la reanimación que comienza a experimentar la empresa Ruta Invasora, con sede en ese lugar.
Si los centrales azucareros son la vida de un pueblo, no lo son menos las empresas agropecuarias, sostén de cuanto se mueve en las comunidades donde estén asentadas. Y eso sucede en Jicotea.
Pese a estar a unos 10 kilómetos de la ciudad capital, en la misma carretera central que descose en dos a la isla de Cuba, Jicotea se aleja de todo posmodernismo y, en pleno siglo XXI, conserva costumbres bien arraigadas entre su gente.
Tampoco falta esa magia de gente sana y campechana, que lo mismo baila al compás de la última canción de moda, que canta un corrido típico mexicano, no sé por qué tan arraigado en estos lares.
En pocas palabras, este es el retrato de Jicotea, quizás el lugar de la provincia donde más divertido haya iniciado el verano, por cierto, nada parecido al del resto de las comunidades de Ciego de Ávila.
Y es que a las playas y los ríos avileños le surgió aquí un rival de cuidado, que también forma parte de la recreación sana, enriquecedora, cercana a la comunidad y sin derroche de recursos: el rodeo, que cada fin de semana se pone a disposición del barrio, sobre todo en poblados con tradición en el llamado deporte de los hombres valientes y las mujeres bonitas.
En Gaspar, Florencia, Chambas, Isla de Turiguanó y Jicotea, los nativos llevan el rodeo inoculado en la sangre. Para darse cuenta solo basta una ojeada a las gradas, colmadas de personas, que disfrutan con el enlace de becerros, el derribo de reses, el ordeño de vacas y la monta de toros, el plato fuerte entre las modalidades de esta manifestación de la campiña cubana.
Porque así debe ser, y las autoridades de la provincia bien lo han interiorizado: cada pueblo, comunidad, y hasta Consejo Popular tiene su propia manera de hacer, y de recrearse, sin imposiciones.
No tienen los mismos gustos —ni las mismas posibilidades— quienes viven en las zonas citadinas, con sus teatros incluidos, que los pobladores del plan Turquino-Bamburanao, la amplia franja del norte avileño, con el río en el patio de la casa o el campismo popular al bajar la loma.
En las zonas rurales están quienes han decidido permanecer junto al surco, oyendo el cantío de un gallo, el trino de las aves, montando un toro bravo o enlazando un ternero. Es lógico, entonces, que hasta allá, en las afueras también lleguen las opciones recreativas.



















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Cristina desde España dijo:
1
10 de octubre de 2015
21:01:53
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