
CIENFUEGOS.— La luz, muchas veces, protege a los desamparados. Como él mismo cuenta, Miguel B. Mantilla Sabina tuvo, a sus catorce años, todas las posibilidades del mundo para convertirse en un delincuente. Pocos meses antes, su padre Benancio había muerto. Era el mayor de sus hermanos, la madre estaba en la casa, el muchacho en la calle…, en fin, no había nadie que lo controlara.
“Pude robar, delinquir, prostituirme, drogarme o ser muerto por cualquier policía en la tan sangrienta como corrupta Cuba seu-dorrepublicana, pero me dirigí hacia el camino del trabajo. Sabía que de mí dependían los hermanos pequeños y mi mamá, Ana”, recuerda este hombre quien acaba de cumplir el siglo de vida, con notable vivacidad e intacta su mente.
Desde muy joven —continúa el centenario—, aprendí el verdadero valor del trabajo. Este te permite avanzar en la vida, aunque no siempre se devengue una alta remuneración por realizarlo. Sus connotaciones son de diverso orden, no solo económicas. Trabajar es una actitud ante la existencia que habla de la disposición a hacer, la conformidad con crear, considera.
Comenzó su quehacer laboral en las ta-reas agrícolas, universo en el cual se mantuvo por algunos lustros. Más tarde practicó diversos oficios para mantener a la familia conformada junto a su esposa María Gregoria, con quien se casó a los 23 años, permaneció seis décadas casado y tuvo una descendencia de seis hijos. A ellos suma hoy la presencia de once nietos y catorce biznietos.
Al evocar a su compañera al anciano le surcan las lágrimas el rostro. “La quise mucho y la quiero”. Tras preguntarle cómo hacer para mantener una relación durante tanto tiempo, el entrevistado responde: “Amor y un carácter estable, dejar pasar algunas cosas, sobrellevarse. Ser siempre el mismo, para que la ternura no se pierda de la relación al no reconocerte un día”.
Combatiente del Escambray y Girón y padre de un hijo del mismo nombre, héroe de dicha gesta, Miguel fue, además, a lo largo de varios años, jefe de brigada de un taller de carpintería. Luego del triunfo de la Revolución, siempre comprometido con esta, se desempeñó durante buen tiempo como jefe de sector de la Policía Nacional Revolucionaria en el barrio cienfueguero de Caunao.
Él le transmite a las nuevas generaciones un mensaje de amor a la vida, de optimismo y el deseo permanente de trabajar en cuanto haga falta. Repudia el alcohol, la vagancia, el mal carácter, la informalidad, la poca seriedad y las dietas.
“Comí, como y seguiré comiendo de todo. Tengo muy buen apetito e igual digestión. Duermo bien y con la barriga contenta”, afirma un hombre siempre enamorado de la vida, quien defendió a los suyos y obró bien en los ya cien julios que han conocido su existencia.
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carlos agustin gonzalez gonzalez dijo:
1
31 de julio de 2014
21:48:32
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