CIENFUEGOS.— En 20 años de carrera he asistido a centenares de "operaciones de rescate" de diversos tipos. Desde los "valores" o los bancos del paseo, hasta la enseñanza de los oficios o la disciplina social.
Desde los frutales o la difusión de buena música en los medios, hasta el hábito de la lectura o el control en los centros laborales.
Siempre estamos "rescatando" algo en Cuba. Tanto se ha saturado el empleo del término en apoyo de campañas momentáneas (o duraderas), que en determinados momentos se vacía de sentido por reiterativo, cansa por sofocador, aleja por manido, asusta por el arribo en cascada de más de lo mismo.
En última instancia, su sobreutilización irresponsable contamina o corrompe el significado del vocablo, el cual solo debería apelarse cuando cumple su función.
Solo se rescata algo si antes fue secuestrado. Sin embargo, casi nada de cuanto vamos a reencontrar, salvar o "liberar", en realidad nos fue hurtado, sino que nosotros mismos lo dejamos ir de paseo en el tiempo sin boleto de vuelta.
¿Cómo? A consecuencia de la abulia, la desidia, el desinterés, esos raptos coyunturales que nos da de cogerla con algo y olvidarnos de lo otro, la falta de visión y la asistematicidad rampante que carcomió por mucho tiempo la estructura ósea del país, la cual de una vez ya se le pone coto.
También, lo anterior sucedió de manera puntual, sea justo decirlo, como derivación, en ciertos casos, de la agobiante falta de re-cursos aparejada al periodo especial.
Resulta el ejemplo, por citar uno de los de mayor repercusión social, el de edificaciones semiderruidas ante la ausencia de mantenimientos constructivos, reparaciones hidráulicas, pintura. Agravada su condición, también, por las numerosas indisciplinas de sus habitantes, quienes lo mismo construyeron corrales para cerdos en los edificios multifamiliares que se burlaron de los planos originales al modificar estructuras in-ternas, quitar lo que iba aquí para ponerlo allá; y con ello el consabido desbarajuste que a la larga perjudica de más a bastante.
Todo duraría muchísimo más, y por ende prescindiría del ulterior rescate, si de manera colectiva trabajásemos en preservarlo. No dañar los ómnibus, no poner los pies en las paredes, no arrojar desperdicios, no efectuar talas indiscriminadas, no prender fuego en bosques o campos... , en fin tantas elementalidades que, pese a serlo, son irrespetadas por muchísimas personas, cual fruto, no pocas veces, de incorrecta educación en el seno hogareño.
Todo duraría muchísimo más, y prescindiría del ulterior rescate, si concretásemos acciones perfiladas a largo plazo en el tiempo, las cuales tuviesen en cuenta elementos a favor pero además en contra, expresiones en el tejido social, entre otros fenómenos.
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