ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
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Cuidarse mucho y mantener las medidas higiénicas, es fundamental para evitar la reinfección. Foto: José Manuel Correa

Solo cuando enfermé supe la dimensión del peligro. Con la covid-19 completé, definitivamente, la tan referida percepción de riesgo que muchos de quienes no se han sido contagiado aún no poseen.

Este maldito virus me arrebató a mi padre, a sus 84 años, y también se cebó conmigo. Sé que, a la larga, las tres dosis de Abdala inyectadas dos meses antes me protegieron, pero por un momento creí que también tendría terribles consecuencias. Si para algo sirve enfermar –como modo de decir, pues «el beneficio» tiene un costo demasiado alto–, es para confirmarnos la fragilidad de la existencia, el valor inigualable de los seres queridos, la importancia de contar con esas personas buenas que no son familia sanguínea, pero, con su presencia y ayuda, son como si lo fueran.

La enfermedad contribuye a incorporar más precaución todavía, prevenir para el cuidado de uno mismo, de los nuestros y de todos. Nos convencemos más de cuánto vale la solidaridad, la disciplina, la humildad, la entereza y la valentía.

Nadie que haya vivido en carne propia este episodio desea que otros lo experimenten, ni que lo necesiten para entender que –aunque se repitan tanto y con las mismas palabras– es preciso seguir con nasobucos –y hasta dos–, lavarnos las manos de forma frecuente y evitar, en la medida de lo posible, las aglomeraciones o el contacto físico.

Por molestas que a algunos les pudieran parecer tales medidas, no son nada al lado de las molestias que genera esta enfermedad imprevisible, la cual te roza o toca de forma moderada, o te exprime toda la anatomía… y hasta puede matarte.

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