Estaba en un centro de aislamiento, apoyando en lo que fuera, lo mismo les llevaba la comida a los pacientes que cargaba un balón de oxígeno, o daba primeros auxilios. Ella ayudaba a salvar a la gente, mientras del otro lado del cristal su abuela era una de las víctimas fatales de la COVID-19, la misma enfermedad que con tanta entrega la nieta combatía.
A pesar de la tristeza, cuenta Vianna Marlan Rodríguez Pileta, estudiante de segundo año de medicina, de la Universidad de Ciencias Médicas de Guantánamo, el miedo no caló hondo. Debe ser que su valentía y sentido del deber ya se van forjando con el ejemplo de las batas blancas más veteranas.
Por esa razón estuvo tres veces en la llamada zona roja, en el centro de aislamiento, ubicado en la universidad, que dentro de unos años la verá graduarse.
«Unos días duros, de casi 24 horas de trabajo, sin dormir prácticamente, pero ha sido una experiencia excepcional, que deja cicatrices en el alma y también conocimiento», expresa.
Como ella, 96 estudiantes constituyeron el ejército contra la pandemia en la provincia más oriental del país, un equipo que, a decir de la propia Vianna, se convirtió en una familia, donde el mejor apoyo estaba al lado.
Dice Yovany Gaínza Lores, vicedecano de la facultad de Ciencias Médicas, que así ha sido desde el pasado 9 de enero cuando les dieron la tarea de formar el centro de aislamiento, aunque en esa fecha fueran, por la premura, solo un pequeño grupo que creció paulatinamente. Gaínza Lores fue el responsable de todo el proceso organizativo del centro, y comenta que la institución llegó a ser de las más grandes en el territorio con una disponibilidad de 396 camas, más que el hospital pediátrico, compara.
«Hemos tenido que asumir los diferentes protocolos con la voluntad del personal médico, de enfermería y de servicios, así como de los estudiantes, porque la responsabilidad era lo mismo con casos sospechosos que con confirmados, con pacientes extranjeros o nacionales. Al tiempo que era una experiencia totalmente nueva, de la que no sabíamos nada, solo que había que enfrentarla», explica.
Gaínza Lores también recuerda esos días, no tan lejanos, cuando sus discípulos parecían tenerlo todo bajo control, con una entrega incondicional que les daba fuerzas, inclusive, para rechazar las peticiones de las madres desesperadas que querían a sus hijos de vuelta y sanos.
Por supuesto, reconoce, tuvimos que enseñarles y también aprender en el proceso, que la COVID-19 no se combate con miedo, sino con conocimiento y percepción del riesgo. Su ejército de aprendices de galenos lo entendió bien.
De acuerdo con Gaínza Lores, en el grupo que trabajó jornadas completas de cinco de la madrugada hasta la misma hora del día siguiente, no solo estaban los estudiantes de medicina, sino también los de Estomatología, de Enfermería y técnicos de nivel superior de ciclo corto, entre otros. «Hubo momentos en los que al cambiar el estatus del centro de manera emergente, se incorporaban hasta quienes no llevaban ni 72 horas de descanso. Así pasó el 14 de febrero, los días de las madres y de los padres, e incluso, muchos celebraron sus cumpleaños cumpliendo con la labor», rememora.
Ahora la tarea está en ser apoyo en el cuerpo de guardia del Hospital General Docente Doctor Agostinho Neto, en el pesquisaje; pero si mañana fuese necesario enviarlos a otras partes del mundo a diseñar y trabajar en centros de aislamiento, ya tienen las herramientas y el conocimiento para hacerlo, porque acaban de pasar esa escuela in situ. Ha habido lágrimas de desesperación, reconoce, porque cuando las infraestructuras colapsan, también las personas lo hacen desde lo emocional y hasta lo cognitivo. «No obstante, nos recordamos unos a otros que de nosotros depende la vida de muchos y que el esfuerzo que hacemos, en medio de todas las dificultades, nunca es en vano».
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