ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
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Ingresada como paciente contagiada, la doctora Marlen López ayudaba en la atención médica de otros enfermos en el hospital Antonio Luaces Iraola, de Ciego de Ávila. Foto: Ortelio González Martínez

Anda por la vida con alma noble, al alcance de todo el que llegue al consultorio No. 11, de la ciudad de Ciego de Ávila, o a su casa, porque es casi lo mismo: uno abajo, la otra arriba.

Podría decirse que la doctora Marlen López Marzabal vive en su centro de trabajo, a la distancia de 14 escalones. Subes, bajas, subes y te recibe, sin que el horario recrimine, sin que haya otra cara como no sea de sonrisa y con las frases de siempre: «¿Qué te pasa? Ven, sube». Así lo ha hecho por más de una década allí, aunque en esta pandemia el distanciamiento la ha obligado a frases educativas y de prevención.

No mira las manecillas del reloj, ni cuenta las horas que forman sus días, sus años, casi la vida entera de quien se decidió por la profesión desde niña, cuando echó mano a un estetoscopio de juguete para auscultar a la muñeca Loreta. Aquel juego hoy es una realidad en el consultorio de la calle Margarita, esquina a Abrahán Delgado, donde atiende a más de 1 200 personas.

Entre los triunfos callados, de los que evita hablar, se cuentan el no haber tenido muertes maternas entre la población bajo su atención, ni la de niños menores de un año, ni en edad escolar, aunque ahora derrama lágrimas en silencio por las personas, por los vecinos que ya no subirán más la escalera a causa de la COVID-19.

Marlen López mira por encima del hombro, sentada en el balcón enrejado de su casa, donde trata de escapar de la enfermedad que le trajo el desasosiego, que la atrapó y aún no la ha dejado en paz. Uno, que la observa, se da cuenta: falta de aire, ojos brillosos…, «inapetencia y pérdida del gusto también. ¡Todavía!», comenta.

Noble, pero osada y autoritaria, no deja de pensar en aquel marzo que le cambió la vida, porque ganó el derecho a matricular en los Camilitos, donde llevaría una nueva vida, muy distinta a la de cualquier centro preuniversitario.

–Me voy para los Camilitos–, le dijo a su mamá, y Miriam, que no estaba preparada para tal decisión, frunció el ceño y cerró los ojos achinados, pero ya la hija no daría marcha atrás. La escuela le modeló el carácter. Allí aprendió el verdadero sentido de las palabras sacrificio y entrega.

Fue el lugar de un amor de estudiante que es su actual esposo, también convaleciente de la pandemia por estos días.

Pronto comenzaron a llegarle nuevos retos: los estudios, la especialidad de Medicina General Integral, las misiones internacionalistas en la República Bolivariana de Venezuela y en Brasil, y la COVID-19, el más difícil de cuantos ha enfrentado y espera vencer, como los otros.

Se detiene en lo apremiante que es la enfermedad, en el reto que cuelga de los cronómetros, porque «se hace imperioso ganar tiempo para atender a los aquejados con la mayor rapidez posible; un descuido, una tardanza resulta fatal, tanto, que puede marcar el límite entre la vida y la muerte».

Si algo no entiende Marlen López es que, muchas veces, las personas se creen inmunizadas cuando recibieron una sola dosis de vacuna, o dos, y después incumplen los protocolos sanitarios que, unido a las crecientes indisciplinas sociales y a las carencias de medicamentos, pueden traer consecuencias peores e irreversibles.

El SARS-COV-2 es traicionero, y no siempre se sabe quién es el portador, quién puede tenerlo o dónde estuvo la persona que lo adquirió. Hasta con eso hay que ser cuidadoso en esta especie de cachumbambé epidemiológico que pugna por la perpetuidad.

Ingresada en el hospital, tendió la mano para que le pusieran varios sueros y, a la vez, con la manguera prendida a uno de sus brazos, ayudó a los demás doctores a atender a los pacientes ingresados, fiel al protocolo, porque «pueden faltar los medicamentos, pero no el deseo de ayudar a quienes padecen de esta pandemia demoledora. Uno se da cuenta de los momentos terribles por los que pasa un enfermo de COVID-19 cuando contrae la enfermedad.

«Pese a todo lo exhausto que pueda estar el personal de la Salud, no podemos cansarnos, porque el cansancio sería como una derrota, como darles la espalda a quienes necesitan ayuda en el momento más difícil de la vida».

Los días de ingresos le bastaron para ver y creer, porque dentro de un centro asistencial se viven escenas desgarradoras. Ya son más de 16 meses de lucha, «y sin embargo en Cuba se salva la inmensa mayoría de las personas, pese a las carencias de medicamentos y del bloqueo yanqui, insostenible y terco. En eso deben reflexionar los que quieren hacer creer que es una causa perdida.

«La solidaridad entre cubanos ha sido clave. La situación lo exige. Yo vi las dos caras, de la vida y de la muerte, como paciente y como médico. Jamás pondré reparos en participar de esta batalla, que es de todos».

 

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