ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
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El enfermero, soporte vital en el equipo médico para la atención al paciente con COVID-19. Foto: Ismael Batista Ramírez

La Enfermería resulta imprescindible para el cuidado del paciente con COVID-19 y en Cuba ha sido una de las labores prioritarias para enfrentar la pandemia.

La licenciada Cristina Pérez Estévez presta servicios en el Instituto de Medicina Tropical Pedro Kourí, y atesora 38 años de experiencia. Ella se desempeña en la jefatura de la sala de Vigilancia Epidemiológica, y recibió los primeros casos de sospechosos.

En su área se hospitalizan a los viajeros que padecen alguna enfermedad aún sin circulación autóctona en nuestro país, para evitar la introducción de la misma: «Cuando apareció el primer caso positivo a la COVID-19, sabía que no podría salir del centro, y fueron momentos muy difíciles. Nos enfrentábamos a algo desconocido y de alta letalidad. Comenzamos jornadas agotadoras de 24 horas con descanso las otras 24, durante 14 días. Luego pasamos una cuarentena por otros 14 días, y los siguientes 14 en la casa. Me tocó vigilar el cumplimiento de las normas de bioseguridad de nuestro personal. Era importante evitar que alguien se contagiara», relató.

Dice que lo más gratificante es ver curar a los pacientes y su agradecimiento con el trabajo colectivo realizado por todos los profesionales de la Salud. Valora a sus compañeros de trabajo como una gran familia, porque se cuidaron unos a los otros, y en cuanto a sus familiares y amigos cercanos, recibe de ellos un gran apoyo emocional. «Me llamaban en las noches para saber de mí y recomendarme que me cuidara mucho. Les debo gran parte de mi esfuerzo a mi hijo, a mi mamá y a mi esposo, en primer lugar, y, por supuesto, al resto del familión. Estamos acostumbrados a los abrazos y a los besos, y aprendimos a sustituirlos por los toques en los puños, porque sabemos que es primordial mantener la distancia y el uso del nasobuco», recomendó.

La licenciada Dulce María Vega Martínez, con 30 años de experiencia en la Enfermería, brindó ayuda en el hospital general Tláhuac, de México, en los servicios de Carpa y Medicina, realizando turnos de 24 horas durante tres meses, como miembro del contingente Henry Reeve.

También prestó servicios en la zona roja del capitalino hospital Luis Díaz Soto (El Naval) en la atención a las urgencias. En ambos escenarios vigiló los signos de alarma del cuadro clínico, evaluó las comorbilidades, brindó soporte vital mediante la oxigenoterapia, realizó maniobras de posición de cúbito prono (bocabajo), según protocolo, controló los parámetros vitales valorando el deterioro respiratorio y hemodinámico, la monitorización cardiaca y la oximetría del pulso. Igualmente, aplicó diferentes terapias medicamentosas, brindó confort y apoyo constante a los pacientes, enfatizando en su comodidad física y garantizando cuidados continuos.

Además, debió realizar desinfecciones concurrentes a las superficies para mantener la seguridad del paciente en todo momento: «Nuestra labor de enfermería siempre está marcada por la vocación de brindar cuidados, que es la razón de ser de la profesión, con empatía y comprensión hacia el paciente, y en colaboración estrecha con el equipo de Salud actuante», manifestó la también máster en Enfermedades infecciosas.

«Muchos casos impactaron mi actuar. Por señalar algunos, una paciente mexicana que, aun en medio de su gravedad, siempre tenía un gesto agradecido cuando la atendíamos, y expresaba su preferencia por las “seños” cubanas; o dos pacientes, madre e hija, bien complicadas, que nos seguían con la mirada por la sala y nos comentaban: “Ustedes no paran nunca, siempre tan preocupadas”; o aquella señora que estaba de alta, en espera de que la familia tuviera el dinero para el balón de oxígeno, tan lejos de nuestra realidad; o un paciente muy enfermo, que permanecía bocabajo, que nos pidió que le leyéramos una cartica de su nieto, y luego me dijo: “Cubana, tengo que salir de esta, y con su ayudita y la de Diosito, lo voy a lograr…, gracias por venir”.

«Vimos a muchas personas sufrir, pasar a la gravedad de manera abrupta y luego morir, porque en muchos casos fue imposible revertir su cuadro clínico», relató.

El enfermero intensivista Fidel Ernesto Rivero Castro, de 28 años, residente en el municipio de Mantua, en Pinar del Río, e integrante del Contingente 60 Aniversario, reforzó la asistencia médica en la sala de Terapia intensiva del hospital Luis Díaz Soto, realizando procedimientos altamente invasivos. «Las guardias eran agotadoras, pues justo cuando empecé la labor, era el alza de casos complicados en La Habana, y llegamos a tener hasta diez pacientes críticos, en una sola guardia, con ventilación mecánica, lo que generaba mucho estrés y preocupación, pues nos propusimos salvarlos a todos».

Recuerda con mucho cariño a su paciente Mileydis Guzmán, con más de 16 días batiéndose para superar la enfermedad. La nombra su guerrera, y le hizo entender cómo la Medicina cubana no abandona a nadie a su suerte, y enfrenta los desafíos sobre la base del respeto, la alta profesionalidad y la unión. «La mayoría de los profesionales en esta tarea somos jóvenes, pero con disposición a la heroicidad».

EN CONTEXTO

  • En la línea roja de combate a la COVID-19 han laborado 8 326 profesionales de la Enfermería.
  • Todos recibieron entrenamiento previo en afecciones respiratorias.
  • 4 602 han laborado en hospitales. 
  • 3 724 han estado en centros de aislamiento y vigilancia. 
  • 12 448 han laborado en consultorios, instituciones sociales, hogares maternos y servicios de los policlínicos.
  • En las brigadas Henry Reeve han participado más de mil enfermeros y se definió un potencial de 2 968 más en el país.


Fuente: Minsap

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