Sucedió lo que no pocos supusimos: las clases, al menos en La Habana, todavía no comenzarán. Al ir sumando días el presente mes de agosto, no solo se han mantenido elevadas las cifras de personas contagiadas en la capital, sino que también se ha incrementado la dispersión de los contagios.
Es así que, durante las últimas apariciones televisivas del doctor Durán, el mapa que nos enseña los sitios donde la COVID-19 tiene presencia ya no enseña puntos aislados, sino cada vez más zonas que indican peligro alto. Es lógico que en semejantes circunstancias no sea posible reiniciar en la capital el curso escolar que, recordemos, hubo de ser reajustado igualmente por causa de la actual pandemia.
Los sistemas escolares son estructuras sumamente complejas, diseñadas dentro de una matriz en la cual son integradas –de manera armónica y científicamente calculadas– elementos como el grado en el cual se encuentran los estudiantes, la cantidad de conocimiento que deben recibir y asimilar, más la cantidad de tiempo necesario para que esto suceda.
A la vez que lo anterior, cuando se piensa que un conocimiento debe ser asimilado, ello no solo significa que el estudiante pueda reproducir lo que ha sido dicho en el aula, sino que se encuentre en condiciones de aplicar lo aprendido a una situación nueva. Es evidente que –junto con una sabia distribución de los contenidos, un buen profesorado y la disposición de los estudiantes– se necesita tiempo: para impartir contenidos nuevos, estudiar y repasarlos, hacer ejercicios, proponernos búsquedas, realizar consultas con los profesores, compartir con los compañeros, etc.
Esto, que funciona así para cada asignatura, forma una suerte de tejido en el cual las materias conectan entre sí y se apoyan una a otra en una trama: los contenidos de Literatura ayudan a los de Español y viceversa, los de Matemática a los de Física y Química, los de Historia a los de Geografía. Junto con esto, la transmisión de la experiencia humana tiene lugar de tal forma que es imprescindible la distribución, dosificación y orden de los saberes (científico, técnico y cultural) según especialidades, asignaturas, niveles, clases, programas, horarios. Un conocimiento nuevo no puede ser transmitido y asimilado si antes no han sido vencidos aquellos en los cuales lo nuevo se basa.
Me fascina la transmisión del conocimiento. Estudié en el Instituto Superior Pedagógico Enrique José Varona y habito un momento y mundo en el que la covid-19 ha estremecido muchas de las certidumbres con las que vivíamos hace apenas unos meses. Con la enormidad del esfuerzo que, a lo largo de sus seis décadas, ha hecho la Revolución para desarrollar, multiplicar, profundizar y renovar todo el universo de la Educación en el país, ¿quién iba a imaginar que habría una circunstancia que obligaría a reformular el funcionamiento de todas las instituciones educativas del país? Un curso interrumpido en el mes de abril y otro que, a punto de tocar septiembre, no va a empezar todavía en La Habana, justo donde más cantidad de habitantes, estudiantes y diversidad de ofertas educativas hay en toda la Isla.
DESAFÍO
Sin duda, el esbozo anterior es el de un desafío donde la condición inviolable es que el proceso de transmisión de conocimiento no puede ser detenido. La acumulación de nuevos conocimientos en las esferas de la ciencia, la tecnología, las investigaciones sobre la historia, sociedad y cultura, las producciones culturales, la política, etc., sigue ocurriendo a nuestro lado todos los días; incluso, la propia covid-19 también los genera. No obstante, la pandemia es un hecho transitorio, puntual, cuando se le piensa dentro de la línea de la existencia de la civilización. ¿Qué va a pasar con las escuelas que no puedan comenzar sus actividades normales? ¿En qué punto nos encontramos? Son preguntas tan importantes como: ¿Qué va a pasar cuando, después de rebajados los actuales niveles de transmisión de la enfermedad, la masa de estudiantes regrese a sus aulas, luego de meses sin estar en ellas?
Creo que, tanto directivos como padres y estudiantes, nos encontramos en un estado de reinvención de la transmisión de conocimientos, porque lo que no puede pasar, bajo ningún concepto, es que el proceso sea cortado o atenuadas su velocidad, hondura o efectos. No son vacaciones ni descanso, ni tramos de vida semivacíos, sino impulsos para buscar las formas de estudiar más, conocer más, transmitir más y hacerlo mejor. Tal vez reinventamos las teleclases, damos inicio a las radioclases y, además, las acompañamos de aplicaciones para teléfonos celulares o de grupos virtuales de estudio. O se valora la posibilidad, en aquellas enseñanzas en las que ello sea posible, de incrementar las opciones de aprendizaje a distancia, para luego rendir exámenes de suficiencia (por ejemplo, en la Educación de Adultos, donde son mayores las capacidades para el autoestudio y para el automonitoreo del aprendizaje).
Se rediseñan proyectos de investigación, de modo que la gran masa de estudiantes de universidades y de la educación técnico-profesional se mantenga pensando y penetrando los contenidos a mayor profundidad. O la misma imposibilidad de reunión opera «al revés» y, de forma inesperada, en combinación con profesores y padres, resulta en un poderoso estímulo para la autopreparación de monitores y para el incremento de la actual acción y alcance de los círculos de interés. O se valora la posibilidad de rehacer programas, metodologías y modelos de la enseñanza-aprendizaje de manera que el tiempo presencial quede reducido al mínimo más bajo, los espacios de encuentro sean amplios, la distancia física entre los asistentes tal, que supere el rango de 1,50 metros establecido como mínimo de seguridad para la interacción personal, y el riesgo de contagio pueda ser controlado.
Un proceso de semejante magnitud incluye valoraciones sobre logística, comunicaciones, disponibilidad de material de estudio, problemas propios de la organización escolar, así como de los contenidos y la manera de enseñar-aprender. Tal vez la producción de material digital para apoyo a la enseñanza deberá de aumentar mucho, disponer de ofertas más atractivas y, lo principal, mejor entrelazadas –desde el punto de vista pedagógico– con la totalidad de los medios disponibles.
Tal vez a los padres nos exijan más y terminemos descubriendo que podemos ser actores más activos en el proceso o participantes de forma nueva. O las organizaciones barriales, que trabajan con cantidades de personas más reducidas y en espacios más fáciles de controlar, encontrarán aquí nuevos modos de contribuir al desarrollo-fortalecimiento de la comunidad inmediata y del país.
En una primera versión, supongamos, la disciplina personal respecto a los daños y contagiosidad de la actual pandemia confluye con los enormes esfuerzos que las instituciones de Salud y otras del país hacen para controlar los contagios, y entonces podemos esperar que la situación de los sistemas de enseñanza regrese a la normalidad.
En una segunda, en la cual –aunque en modo alguno lo quisiéramos– estamos obligados a valorar, por mero realismo político, la posibilidad de que se prolongue el momento actual; entonces estaremos necesitados y obligados a ser creativos como tal vez nunca antes, porque lo esencial es no parar de pensar, soñar, crear, aportar y, alrededor del conocimiento, intercambiar, discutir, presentar las ideas nuevas, hacer planes y seguir –cada vez más– trabajando unidos en nuestra voluntad de país.
EN CONTEXTO
Se reiniciará el 1ro. de septiembre y culminará el 31 de octubre.
Entre tres y cuatro semanas de ese periodo se dedicarán a la consolidación de los contenidos desarrollados en las actividades docentes televisivas, y tres semanas para evaluaciones, que incluyen las revalorizaciones y extraordinarios.
Cada estudiante reiniciará en el mismo año de vida en el círculo infantil, grado y año en el resto de los niveles educativos.
La Habana no podrá reiniciar el curso escolar el 1ro. de septiembre.
El reinicio se mantiene el 1ro. de septiembre, con excepción de las universidades en las provincias de La Habana (UH, CUJAE, UCI, UCPEJV, UCCFD), Artemisa (UA) y Mayabeque (UNAH). Incluso, «si para esa fecha hay otros territorios con rebrotes, tampoco comenzarían», apuntó el Ministro de Educación Superior.
El cierre del curso académico 2019-2020 durará del 1ro. de septiembre al 27 de noviembre, y los exámenes extraordinarios de fin de curso serán del 23 al 27 de noviembre.
En ese periodo se desarrollará la culminación de los estudios pendientes, el ingreso a la educación superior, los cambios de carrera, repitencias y reingresos, para el curso 2020-2021, y los ajustes a los programas de posgrado y otros cursos.






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