ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
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Traen a la paciente número 100 en silla de ruedas, que saluda, emocionada, y cuando aparece Luis Miguel, lo abraza y dice: «¡Este es mi médico cubano!». Foto: del autor

Su nombre es Yanina Palacios, es argentina, tiene 33 años (me lo dijo sin preguntarlo), y vive en Italia desde hace 14. Supe que dedicaba todo el tiempo libre, que durante meses fue sencillamente todo el tiempo, a respaldar nuestro trabajo. Pero ahora el suyo, con el que se gana la vida, recomenzó.

Viene en las mañanas, y se retira a las 12 del día, cuando llega el relevo. Descansa algo en su casa, y entra a trabajar en el bar a las cuatro. Sí, trabaja en un bar, como mesera. «Estudié acá, una parte allá y otra acá, vine con una beca de estudios en 2007, y después ya decidí quedarme» –me cuenta en la puerta del bar, adonde he ido a verla para entrevistarla, después de pedirle al dueño, un hombre del oficio, atento y conversador, que me concediera unos minutos con ella.

Es un bar de estilo irlandés, habitualmente muy concurrido, aunque ahora la clientela apenas retoma sus viejos hábitos. «Estudié Economía, administración y gestión de empresas. No me desempeño en esa esfera por varios motivos: primero, no me sentía bien donde estaba, no me agradaba su ambiente; después no encontré trabajo, y finalmente hallé este acá, y me fue gustando. Me siento bien, me gusta el contacto con la gente, es otra vida, es más difícil en algunos aspectos, pero no me desagrada, aunque se complica llevar una vida normal, con los horarios que hacemos por la noche.

«En este periodo, después del confinamiento, trabajamos hasta la una de la mañana. Antes terminábamos todos los días a las tres y media, abriendo a las seis de la tarde, y los fines de semana salíamos a las cinco de la mañana. Ahora abrimos a las cuatro de la tarde y cerramos a la una, por la pandemia, pero su horario normal es hasta mucho más tarde. Antes de cerrar limpiamos y ordenamos todo, para poder volver al día siguiente y que la apertura sea más rápida, si no tenemos que venir a las dos de la tarde».

El bar es pequeño, pero muy conocido en la zona. Sobre la barra hay billetes de muchos países, y dos de Cuba: uno de un peso, con la imagen de José Martí, y otro de tres, con el rostro del Che Guevara. «Vivo cerca de aquí, sola, en un departamento con una habitación, un living, un baño; alquilo mi casita. Es más difícil comprarse una, pero con el tiempo, voy a llegar…».

–¿Por qué trabajas de voluntaria en el hospital? –Tengo un conocido que me dijo que necesitaban una mano, para ayudarlos a ustedes con el tema de la comunicación, y en aquel momento una se sentía poco útil, estaba todo el tiempo encerrada, y nos vinculamos al hospital. Me dije, voy a ser voluntaria. Y encontré el trabajo bastante satisfactorio. Ahora voy un poco menos por el tema del trabajo, y solo puedo estar en las mañanas.

«Me he sentido bien con los cubanos, son gente de buena voluntad, que viene a hacer su trabajo, con una sonrisa todos los días, a pesar del cansancio.  Es una buena experiencia, una aprende siempre. Seguiré trabajando allí, un poco menos, obviamente. Pero es un compromiso el que tomamos con ustedes y haremos el esfuerzo por llevarlo hasta el final. Ya dije que voy a planificar con mi madre para que vaya a Cuba y encontrarnos allá en las próximas vacaciones».

La pandemia ha revelado la existencia de una juventud deseosa de hacer cosas, de practicar la solidaridad, una juventud no explícitamente política, que la tragedia ha juntado, y que, de cierta forma, ha despertado. Hoy en la tarde ocurrió un hecho insólito en Turín. Más de 2 000 jóvenes de todas las provincias de la Región de Piamonte se reunieron en la Plaza Castello para protestar contra el asesinato de George Floyd en Minnesota, Estados Unidos. La protesta, sin embargo, incluía tópicos nacionales: hacer que Italia sea un país más inclusivo y que extirpe de sus leyes y comportamientos todos los vestigios racistas. Los jóvenes, vestidos de negro, se sentaron en la plaza e hicieron silencio durante ocho minutos y 48 segundos, el tiempo que duró la agonía de Floyd. No solo la pandemia es mundial, también lo es la solidaridad. Este, es ya un solo mundo.

 

EL PACIENTE DE ALTA NÚMERO 100

Es rumana. Tiene 52 años, no padece ninguna enfermedad, salvo que la COVID-19 le produjo lesiones isquémicas en el intestino delgado. Le hicieron una ileostomía, la cual debe repararse a partir de los seis meses, en dependencia de su evolución. Su herida quirúrgica fue curada hasta que cerró. Los exámenes complementarios evolucionaron bien.

Su esposo y sus dos hijos la esperan en casa. Solo que la casa no está en Italia. Hace apenas dos días su mamá falleció, eran las dos y 30 de la tarde. Eso lo sabe con exactitud su médico, el joven cirujano cubano Luis Miguel Osoria Mengana, de 30 años de edad, porque se lo dijo, unos minutos después, por WhatsApp.

–¿Ustedes se escribían? –Sí, cuando yo estaba fuera de la zona roja me escribía, me decía si se sentía bien o mal, me preguntaba si tenía dudas o me pedía que entrara si creía que era necesario que la viera, me enviaba fotos.

Es auxiliar de enfermería y vivía en un apartamento que alquilaba junto a una compañera de trabajo. La pandemia, paradójicamente, le había ofrecido una posibilidad de trabajo en su vecina Italia. Pero enfermó de la covid-19. La traen en silla de ruedas. Sabe que es la paciente recuperada número 100 y saluda, emocionada. Entonces aparece Luis Miguel, lo abraza y dice: «¡Este es mi médico cubano!».

Una hora más tarde cumplimos el rito, esta vez bajo una impertinente lluvia. La madre de Michele ha confeccionado una cinta blanca especial, algo más grande, con un 100 bordado en rojo. Ella fue la que preparó la tela que dio la bienvenida a la Brigada Henry Reeve en el Aeropuerto de Turín; la recortó de su juego de cama nupcial, un regalo de bodas. Los doctores Sergio Lavigni, director del Hospital, y Julio Guerra, jefe de la Brigada cubana, colocan la cinta. No es el final, sino un nuevo comienzo. Una brigada se ha ido, y estamos más solos ahora, pero seguimos peleando aquí, en Turín; si hay cura para la pandemia, tendrá que haber cura para este mundo loco.

 

EL CUMPLEAÑERO

Jorge Luis Arenas Font cumplió el pasado 11 de junio, 27 años. Ya lo presenté: es el médico que pudo ser un gran pelotero. O quizá sea mejor decir así: el pelotero –deporte que no deja de practicar– que es ya un gran médico. No por los saberes acumulados, esos los pondrán el tiempo y su proverbial consagración. La primera de todas las grandezas posibles, es la que involucra el sentido de una vida: servir. José Martí lo decía así: «No basta nacer: -es preciso hacerse. No basta ser dotado de esa chispa más brillante de la divinidad que se llama talento: -es preciso que el talento fructifique, y esparza sus frutos por el mundo».

Desde las 12 de la noche en Italia –seis de la tarde en Cuba–, recibe llamadas de amigos y familiares. Su hija cumplió seis meses de nacida el 2 de junio. «La dejé con cuatro meses –dice–, y ya se para y se sienta sola en la cuna, y hace dos o tres cositas que me sorprenden. Todavía no dice papá, pero ya empieza con el gorjeo y muchos familiares lo asocian con la palabra papá». Su amigo y compañero de brigada en Turín, el doctor Roberto Javier Avilés Chis, de 26 años, escribió en la cuenta de WhatsApp que compartimos: «Hemos transitado por toda una alocada y al mismo tiempo muy dedicada vida de estudiantes en el mismo grupo» y ahora, agrega, de nuevo juntos, estamos «cumpliendo la labor más noble y sincera del mundo, que es dar esperanzas a todo aquel que nos necesite como profesionales».

Recibo, entretanto –perdóneseme la interferencia personal– una foto de mi sobrina Beti, de 24 años, vestida con la indumentaria de los que acceden a zonas de biopeligrosidad. Ella no es una trabajadora de la Salud, ni estudia alguna de sus especialidades. Se graduó de Economía el año pasado y apenas inicia su carrera como profesora de la Universidad de La Habana. Pero se alistó como voluntaria para atender en la cuarentena obligatoria a los que llegan del extranjero a Cuba. Sirve los alimentos y limpia el piso. Es su pequeña contribución. Mi hijo Víctor, de 25 años, diseñador gráfico, durante su encierro doméstico ha creado bellas ilustraciones para mis crónicas; es su homenaje a los médicos y enfermeros que, como Jorge Luis, han partido a otras tierras.

Jóvenes, ¡son jóvenes!, que nadie dude. Son jóvenes, y están en todas partes, en las cuadras de cada ciudad, en el ipk, en los centros de aislamiento, en el cigb, en los hospitales cubanos, y en las misiones internacionales. La pandemia los rescata, los reorienta, paradójicamente nos salva. Son hombres y mujeres de talento. «Tener talento es tener buen corazón –escribía Martí en el cuento Meñique–; el que tiene buen corazón, ese es el que tiene talento. Todos los pícaros son tontos. Los buenos son los que ganan a la larga. Y el que saque de este cuento otra lección mejor, vaya a contarlo en Roma». Nunca mejor dicho.

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Maricelys dijo:

1

13 de junio de 2020

08:19:03


Historias que hacen grande a un pequeño país. Siento orgullo de mi gente y de ser cubana.

Nancy dijo:

2

13 de junio de 2020

12:52:43


Los jóvenes están haciendo historia en tiempo de pandemia, desde la atención medica hasta el entretenimiento a los hogares de anciano como lo ha venido realizando el Proyecto Golpe a Golpe de la AHS en Camagüey en hora buena compatriotas.