ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
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De izquierda a derecha Valia, madre del doctor; Francisco Joel, el padre; Jessica, la hermana; la esposa Maricel Ravelo junto al hijo y el cuñado Jorge Roches. Foto: Dunia Álvarez Palacios

El viernes 13 de marzo transcurre como otro día cualquiera. En casa, el más pequeño de la familia tiene embelesados a una bisoña pareja de abuelos. Como en todos los hogares, toman las medidas de higiene y dan seguimiento a la covid-19, pues hace solo dos días, tres turistas italianos dieron positivo a la letal enfermedad y los cubanos se preocupan, pero más que eso, se ocupan.

Suena el teléfono súbitamente, el timbre parece más alto que nunca, como si reclamara que lo tomaran rápido. Del otro lado, la noticia tiene rostro de reto, pasión, y se mezcla con algún grado de sorpresa por la satisfacción de ser tenido en cuenta. «Debo presentarme en el hospital para hacer lo que más me gusta, salvar vidas», le dijo a su familia, reunida en torno a su pequeño Thiago, que aún no entiende, pero vivirá orgulloso de su papá.

Jessica, la hermana, palidece; Valia, su mamá, se empina como una Mariana, al mirarlo con orgullo; le da un beso, lo abraza, y le dice «cuídate», uno de los vocablos más recurrentes por estos días.

Francisco tiene el pecho henchido, y a la par de la preocupación por el hijo, lo nota erguido y seguro, ve en sus ojos los sentimientos y los valores. No hacen falta palabras, su retoño le habla con sus pupilas: la vida le ha puesto delante su Moncada, su Sierra Maestra, su yate Granma. Luchará por su pueblo, nariz y boca tapadas, pero con el alma al descubierto.

El joven doctor Jorge Joel Pacheco Geraica está en la trinchera, combatiendo al invisible y destructivo enemigo, que es el sars-cov-2 y su carga de muerte. Cursa la residencia médica en terapia intensiva pediátrica en el hospital militar central doctor Luis Díaz Soto, al que los habaneros conocen como El Naval.

EL BEBÉ SE HIZO UN HOMBRE DE BIEN

Valia Geraica es profesora de Geografía en el preuniversitario José Martí, de Cojímar, y aquella llamada la puso muy nerviosa. «Sabemos del riesgo, pero él determinó salvar vidas, como profesión y para su futuro, y lo hace con mucho orgullo. Cuando conversamos con él, lo siento optimista, para nada hay tristeza, ni temores.

«Al escoger la Medicina le dije que sería una carrera para las 24 horas. Lo ha cumplido, obtuvo un alto índice académico al concluir el preuniversitario y concluyó sus estudios universitarios con un alto puntaje de promedio general. Ha demostrado su devoción. Claro que estoy preocupada, pero hoy lo sigo ayudando, como si fuera el mismo bebé que se ha hecho un hombre de bien y me dio la tarea de abuela para que él siga entregándose».

Maricel Ravelo y Joel llevan cuatro años juntos, y Thiago, de poco más de 12 meses, es el fruto de ese amor, tras  las primeras miradas, una invitación a salir y el primer beso. «Esta batalla lo absorbe, pero no dista mucho de otros momentos. Su profesión le demanda tiempo. Llega, y aunque esté cansado, continúa estudiando. Sus pocos minutos los dedica a nuestro hijo y a mí», dijo la esposa.

Le pregunto si se siente sola. «Para nada, lo veo y lo siento en los que se salvan; cuento con el apoyo de la familia. Cada vez que llama y escucha al niño, descubro su voz tomada, y lo notó más cerca. Thiago lo aplaude en las noches; a él y a los que, como él, no están en casa».

Es mi orgullo e inspiración, dice Jessica. «Siempre supe que daría un paso al frente ante cualquier tarea». Sus ojos, detrás del nasobuco, revelan un brillo de ternura y amor por ese legado.

Ella termina este curso el grado 12 y se prepara para los exámenes de ingreso a la Universidad. «Quiero estudiar Sicología, porque me gustan las carreras de humanidades y deseo ayudar a otras personas en su conducta y en su ecuanimidad».

¿Cómo actuarías…? No me deja terminar. «Yo no dudaría si me pidieran una actividad similar a la que él realiza. No lo pensaría dos veces, a los jóvenes nos toca defender el futuro».

DETRÁS DEL «TRAJE DE COSMONAUTA»

«Trabajo 12 horas diarias en la atención al cuerpo de guardia o en la sala de sospechosos y confirmados con la enfermedad. Claro que sí, me estoy protegiendo, si no lo hago, no puedo cumplir mi función que es lo más importante», responde Joel a su esposa y a su mamá, mediante el mismo teléfono desde donde le llegó la convocatoria.

«¿Cómo está el niño? ¿Y papi, y Jessica?». La madre y Maricel tienen que dar todos los detalles, los necesita en la distancia, para seguir adelante. Y entonces, desde su condición de facultativo, hace una pesquisa epidemiológica a su propia familia, asegurándose de que no violan ninguna de las disposiciones emitidas por las autoridades de la Salud.

«Cuando vaya a la casa, por 14 días, después de cumplir con mi aislamiento, les contaré las anécdotas, son muchas. Atender a los niños es apasionante y retador. Como todos los muchachos, algunos toman sus medicinas sin problemas, pero a otros hay que hacerles el cuento de la buena pipa. Lo más importante es que ellos sanan y nosotros con ellos», le cuenta a su padre, Francisco, quien pidió un chance a las mujeres de la casa para escucharlo.

Para Joel, ese es el momento que más espera cada día tras su noble faena. «Luego de quitarme el “traje de cosmonauta”, que a fuerza de uso ya es mi compañero inseparable, y después de asearme debidamente, lo primero que hago es conectarme con ustedes», le dice a Valia. Según ella, quien lo pone en aprietos, hasta sacarle algunas lagrimitas, es mi nieto, su hijo, al escucharlo. Pero «siempre se despide con un hasta la victoria siempre, porque sabe que venceremos», asegura la profe de Geografía.

RECUERDA QUE «TODA LA GLORIA DEL MUNDO CABE EN UN GRANO DE MAÍZ»

«Los dos sabemos que el optimismo es mayor que la tristeza, que la vida anda midiendo a los hombres con la misma sistematicidad que sale el sol, y por esa razón los agradecidos vemos más su luz que las manchas». El padre habla, henchido de amor por el joven médico. Siempre le inculcó el servicio a la Patria, y el hijo vio en él, no solo al teniente coronel de las far, sino a un cubano digno.

«La misión es grande y compleja, se trata de la vida de las cubanas y de los cubanos. Sí, se ha perdido los primeros pasos de mi nieto o compartir una madrugada en la que el “reparador de sueños” le da por jugar o comer. Pero en esta vida que escogimos hay que saber andar recto».

El papá recuerda, con sano y nada disimulado orgullo, que Joel aprendió a caminar en unas vacaciones en el insurrecto Bayamo de Carlos Manuel de Céspedes. «No por eso está en la dirección correcta, pero ¿qué coincidencia? Aunque no niego que aprendió a correr en La Habana de José Martí y estudió en la Cuba de Fidel».

De qué le habla cuando llama. «Ya te lo contaron ellas, yo siempre le digo que no pierda la brújula, que se crezca y guapee. Lo otro es una frase que él y yo tenemos grabada en el pecho, se la repito todos los días: Recuerda que “toda la gloria del mundo cabe en un grano de maíz”».

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