ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
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En cada región existen fortalezas para desarrollar producciones agrícolas. Foto: Juan Pablo Carreras Vidal

La insistencia de la máxima dirección del país en potenciar el papel del municipio en el concierto nacional, ahora refrendado por la Constitución de la República, lleva implícito el rol determinante de los territorios en el logro de la soberanía alimentaria.

A la luz de los tiempos que corren, el empeño debiera figurar en la agenda del día a día y también en la planificación a mediano y largo plazos, no solo por la crisis mundial derivada de la pandemia que ha provocado el sars-cov-2 y el recrudecimiento de la presión y las medidas de asfixia del Gobierno de Estados Unidos contra la Revolución, ambos con repercusión obvia en el abastecimiento alimentario, sino también por razones más esenciales.

La participación de los municipios en la tan ansiada soberanía alimentaria va más allá de asegurar la producción local de los alimentos imprescindibles para la población y también para los animales –buscarse los frijoles, como decimos los cubanos– porque en cualquier circunstancia tiene vasos comunicantes con la creación de la riqueza nacional, el fomento de nuevos empleos, la disponibilidad de fuentes de financiamiento y el desarrollo de nuestros pueblos y comunidades desde lo económico hasta lo estético, que mucha falta nos hace.

Semanas atrás, en las sucesivas reuniones territoriales que presiden las direcciones del Partido y el Gobierno central para chequear los principales programas alimentarios en las diferentes provincias, el vicepresidente cubano, Salvador Valdés Mesa, comentaba, por ejemplo, que para aquellos municipios donde estuviera enclavado un central azucarero no había misión más importante que incrementar la producción cañera, hacer producir la industria con eficiencia y diversificar sus surtidos, porque esa era «su fortuna».

En estos mismos encuentros, el Segundo Secretario del Comité Central del Partido, José Ramón Machado Ventura, más de una vez ha llamado a romper lo que él define como «la cadena del no», esa perniciosa corriente de pensamiento que tiene más facilidades para encontrar justificaciones que soluciones.

En momentos en que por razones de financiamiento y también de disponibilidades en los mercados, resulta casi imposible depender de las importaciones tradicionales –un ejemplo contundente, los millones y millones de dólares que destina el país anualmente a la importación de alimento animal–, el municipio debiera enterrar para siempre el «plan pichón» o la filosofía de ponerse a esperar por las asignaciones provinciales o ministeriales, que seguramente no podrán llegar, y levantar vuelo con sus propias alas, un ejercicio que siempre ha sido más seguro.

La estrategia de que los grandes polos agrícolas abastezcan las capitales provinciales, las mayores concentraciones de personas, –por lo general con menos tierra disponible en su entorno– y el llamado «consumo social», es también una oportunidad para que los municipios concentren sus producciones domésticas en proveer de viandas, hortalizas, granos, frutales y otros alimentos a sus comunidades.

Que no es lo mismo producir en Sandino, en lo más occidental de Cuba; que en Manicaragua, en la región central; o en Maisí, en el extremo oriental, resulta obvio; pero que en cada demarcación existen privilegios naturales, recursos humanos, fortalezas y cultura para hacer crecer la producción local de alimentos, también es una perogrullada tan grande como decir que ha amanecido porque ya es de día.

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