
Milán, Italia.–Están más silenciosos que de costumbre. Parecen concentrados. Son los últimos minutos de un tiempo en sus vidas que no olvidarán. La cola para el despacho aéreo avanza con rapidez. El aeropuerto de Malpensa no está operando al máximo de su capacidad, y el vuelo, aunque lleva algunos pasajeros ordinarios, está destinado a ellos. Cuando nos cruzamos, me saludan, y entonces advierto la sonrisa en sus ojos. Es de complicidad. Saben que yo sé. Sí, hay sentimientos encontrados.
Para el doctor Fernando Graso Leyva, de 28 años, esta fue su primera misión internacionalista. Lo miro y comprendo que tiene cosas que decir: «Italia nos deja mucho: su hospitalidad, el recuerdo de las bellas personas que conocimos, pero sobre todo nos deja un sentimiento profundo de humanidad. Habrá un antes y un después, para los médicos que estuvimos aquí y para la Medicina cubana. Porque arribamos a un lugar del primer mundo donde existía toda la tecnología, todos los medios de diagnóstico, y supimos llegar con nuestros conocimientos y ponernos a la par de los médicos italianos». ¿Estarías dispuesto a cumplir otras misiones? «Sí. Yo creo que esto ha sido solo el inicio, iré a donde sea útil, lo mismo fuera que dentro del país. Siempre podrán contar conmigo».
Su opinión no es el resultado de la edad, o de su poca experiencia internacional. En el otro extremo de la cuerda se halla el sabio Leonardo Fernández, con seis misiones a sus espaldas y 67 años de vida. Cuando pregunto cómo recordará a Italia, su respuesta es inmediata: «¿A Italia? Con mucho cariño. Solo he conocido dos pueblos tan agradecidos: el paquistaní, ¿te acuerdas?, que nos despidió con tanto amor, y el italiano. Regreso muy satisfecho, y mientras tenga fuerzas y vida, y me llamen, ahí estaré».
Finalmente, pasamos a la sala de espera, donde será la despedida final. Los cubanos sostienen las banderas de Cuba y de Italia, y el estandarte de la brigada. Los italianos despliegan su banderola de la Amistad, que tiene casi tantos años como la Revolución cubana. Allí está Irma Dioli, la presidenta de la Asociación. Pero también están los cubanos que viven aquí, entre ellos el pintor Ascanio, que trae de regalo una pintura suya alegórica a la colaboración cubana. Creo que estas brigadas nos hacen sentir de una manera especial el orgullo de ser cubanos, a todos, donde quiera que vivamos.
Frente a ellos, se colocan Alan Cristian Rizzi, subsecretario de Relaciones Internacionales del Gobierno de Lombardía y José Carlos Rodríguez, el embajador cubano. Pero este no es el recuento noticioso del hecho, apenas soy un privilegiado observador. Hay palabras de agradecimiento y de felicitación por parte del funcionario lombardo, y del diplomático cubano. También del doctor Carlos, jefe de la brigada en Crema. «Hoy solo nos resta darle las gracias a Italia –dijo– por habernos permitido venir a salvar vidas junto a los médicos italianos, para cumplir el compromiso que tenemos con la Humanidad».
Ha concluido el tiempo. El Embajador y el funcionario van hasta la escalerilla del avión, en un último abrazo simbólico, y luego suben a la nave. El capitán del vuelo dice unas palabras de agradecimiento. Sé que están exhaustos, que la tensión de los días vividos ahora empieza a salir. Sé que ansían reencontrar a sus familiares, a sus amigos, aunque tendrán que cumplir con el rigor de la cuarentena. En la vida no hay pausas. Cuba, ellos lo saben, ha estado atenta a sus logros, orgullosa de su entrega, y se prepara para recibirlos.


Diseño: Alejandro Acosta Hechavarría, Edición: Milagros Pichardo Pérez






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