Esta frase me la regaló hace más de 20 años un amigo/hermano y la convertí en mía: «No dejes que tu infancia, esa infinita lealtad de los celestes, sea revocada por el destino».
Quienes perdieron el asombro e ingenuidad de la niñez, comenzaron su cuarentena con el alma vacía y no saben cómo llenarla ahora. Por ello, aprecio más la lección que nos dan nuestros niños y niñas, acompañados de madres y padres, abuelos, tíos, hermanos, vecinos… Creatividad, alegría, sensibilidad, disciplina…

Nasobucos en ellas y en muñecas; títeres y cancioneros; juegos de cocina, de enfermera, de mesa, de armar…, las plantas de mamá; las crayolas y acuarelas y pinceles; disfraces y televisión; estudio por teleclases, canciones…
Varias fotos las fui guardando de publicaciones de amigos, de mucha gente que quiero, incluida mi sobrina Jenny y sus manualidades. Las miro cuando necesito talismanes para la esperanza.
Tiempo en familia, que es decir tiempo de amor compartido, el que a veces falta por las ocupaciones adultas. Tal vez, aunque hayan tenido que aprender palabras y distancias que no hubiéramos querido vivir tampoco nosotros, les sea imposible olvidar estos días en que se vieron obligados a renunciar al juego y cumpleaños entre amigos, al aire libre de sus parques y calles, sus escuelas, pero aprendieron lo valiosa que es la compañía, lo cálido del cariño, el peso específico de las largas horas en que se reinventaron, para reinventarnos, quién lo duda, a nosotros los mayores…






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un cubano dijo:
1
7 de mayo de 2020
09:07:07
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