ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
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La presencia notable de adultos mayores en las calles presupone un alto riesgo para su propia salud. Foto: Juvenal Balán

Ayer acompañé a mi esposa a su centro de trabajo. El edificio, un complejo escolar, se encuentra cerca de nuestra casa, y en tiempos normales disfruta de animación permanente. Allí confluyen estudiantes en el arco que va de la enseñanza primaria hasta el nivel preuniversitario. En tiempos como los presentes, el lugar se encuentra vacío: han sido suspendidas las clases, los centenares de niños y adolescentes no están, la algarabía habitual ha sido sustituida por el silencio.

La batalla contra la covid-19 nos obliga a esconder el rostro detrás de la protección que ofrece el nasobuco -palabra de resonancia extraña-, a llevar con nosotros un pequeño pomo con hipoclorito al 1 %, y a poner en práctica reglas nuevas de sociabilidad. Cada vez que alguien se acerca, calculamos la distancia que nos separa y, así, avanzamos dejando un rastro de movimientos en zigzag.

Uno de estos con quienes nos cruzamos es un hombre de edad madura, con una identificación colgándole del cuello, que da la impresión de sacudir el brazo con el teléfono móvil (son gestos de ira), mientras estalla con voz rabiosa. Asegura que no respetan, que son tremendos irresponsables, se fugan y hay que buscarlos, que van a ser necesarios controles más duros.

Coleccionar datos, cruzarlos, analizar, y entonces extraer un significado, es algo que hacemos continuamente en nuestras vidas. Acabo de escuchar este fragmento de conversación. La persona molesta lleva esa identificación colgando del cuello, es decir, se encuentra cumpliendo alguna tarea «oficial» o va en dirección a ello.

Vivo en Cojímar. A la entrada del pueblo hay uno de los centros donde se encuentran recluidas personas que están en observación porque fueron contactos de pacientes infectados con la covid-19.

Si a ello agrego que el hombre a quien escuché caminaba en dirección a dicho centro, no es descabellado asumir que exponía algo ocurrido allí. Por si fuera poco, para hacer más firme la inquietud, ya había escuchado en el barrio que –pese a que los «contactos» están en una escuela, con una posta de la policía ubicada en la entrada de manera permanente– personas recluidas en el lugar habían salido por la parte de atrás, nada menos que para pedir que le compraran un «planchao» (unas líneas de ron).

¿De qué manera conecto esto con el grupo de personas que, mientras regresábamos a la seguridad hogareña, vimos en el puesto de viandas a la espera de su turno? La mayoría son personas de edad avanzada, llevan todas el nasobuco, pero no guardan la distancia social orientada por las autoridades de salud. Puede que estén aburridas, cansadas, pero el hecho es que –nasobuco mediante– se aproximan, intercambian, conversan, anulan su propia protección.

O cuando, en el camino a la escuela, temprano en la mañana, tropezamos con un trío de mujeres –también de edad avanzada– y una de ellas comentaba que no soportaba el nasobuco, que se ahoga y que a ratos se lo quita o pone por debajo de la nariz para respirar. Par de minutos más tarde, pasamos a varios metros de una casa en cuya reja conversan cuatro personas, también a la distancia típica que los cubanos empleamos durante cualquier intercambio social entre amigos o colegas. Uno de los del grupo no lleva nasobuco. No se percatan del riesgo que corren, o minimizan las advertencias; intentan seguir comportándose como siempre han hecho.

Son varias las intervenciones que, en los medios de comunicación masivos nacionales, han avisado que el país se encuentra en una fase de transmisión limitada de la enfermedad y, además, han dado cuenta del caso de contagio de personas que participaban de una fiesta en el municipio de Florencia. Como bien señaló Díaz-Canel, el Presidente, junto con la atención a estas personas infectadas y con la pena por la situación en la que ahora se encuentran, también hay que señalar que fueron irresponsables en cuanto a la protección propia, las de sus familias y amigos, así como a las comunidades donde viven y al país en general.

DESPERTAR A LA PANDEMIA

¿Qué es lo que hace que personas adultas, que a diario escuchan o leen mensajes solicitándoles que respeten las orientaciones y se protejan, ignoran todo esto y hacen exactamente aquello que sin remedio los infecta? Si damos por hecho que tanto la progresión como los daños de la pandemia se han vuelto tema de conversación cotidiana, que también las redes están inundadas de todo tipo de información al respecto, que la mitad del planeta se encuentra en algún tipo de cuarentena, ¿cómo es posible actuar como si nada de lo anterior existiera, se fuese invulnerable, las autoridades estuviesen exagerando o engañando, o se contase con algún tipo de dispensa o protección única, excepcional, extrahumana?

De las numerosas explicaciones que habría para ofrecer, creo que una de ellas obedece o responde a la dificultad que enfrentamos las personas cuando experimentamos la obligación de cambiar –presionados por algún evento desequilibrante y en periodos de tiempo muy cortos– hábitos, costumbres, comportamientos, rutinas que no solo llevamos poniendo en práctica desde hace mucho, sino que hemos demorado en desarrollar de la manera considerada socialmente «correcta» y que, incluso, nos constituyen como lo que somos. Por ello, la «distancia social» (una realidad sin abrazos, palmadas, estrechones de mano, besos amistosos o toda forma de proximidad física) es una definición que a los cubanos nos cuesta trabajo no ya aceptar, sino simplemente entender.

En estas coordenadas, pese a lo doloroso que ello resulta, la única forma de arribar a la comprensión del acontecimiento (el desarrollo de la pandemia entre nosotros) es enfrentando uno o varios episodios traumáticos que entonces evidencien la extensión, intensidad y efectos del actual peligro. Los casos de contaminación local limitada reportados hasta el presente deberían de ser considerados acontecimientos de este tipo, relatos «duros» que sirven como enseñanzas colectivas, a propósito de las consecuencias del no prestar atención a las orientaciones de los expertos de salud y las autoridades del país.

Despertar a la pandemia significa comprender que la permanencia en el ambiente doméstico responde a un cálculo según el cual, para una enfermedad cuyo ciclo de manifestación es de 14 días, lo absolutamente ideal sería que todas las personas que mostrasen síntomas lo hicieran mientras están en sus casas. Dicho de otro modo, si fuera posible que toda la población del país estuviese, sin salir afuera un segundo, durante dos semanas sucesivas en el espacio de unas decenas de metros cuadrados, y si se le pudiese hacer pruebas rápidas a toda esta enorme población, entonces sería factible determinar –en ese periodo de tiempo– la cantidad exacta de  infectados en todo el país en un momento dado (sencillamente porque o bien darían «positivo» en los test o porque comenzarían a exhibir los síntomas).

De modo lógico, al ser imposible o sumamente difícil una operación de tan enorme envergadura (pues siempre hay una cantidad de personas que, de manera continua, deberán seguir trabajando o que deberán salir a la calle), entonces las otras soluciones nos regresan a nuestros puntos iniciales. La cantidad de intervenciones dedicadas a la covid-19 por dirigentes políticos y del sector de la salud, textos aparecidos en la prensa plana o en las redes sociales, noticias y reportajes (televisivos o radiales), mensajes de bien público, etc., es la base de que, en el momento presente, todos poseamos unas normas mínimas de conducta para, según las cuales:

  • la covid-19 no es una gripe algo más fuerte, sino una enfermedad alta-mente peligrosa y con riesgos para la vida en aquellos que son infectados.
  • aunque el porciento de fallecidos es mayor entre los que tienen más de 60 años, hay infectados de todas las edades. No tiene sentido desarrollar actitudes que signifiquen correr riesgos gratuitos o innecesarios. El peligro que compromete la salud, o la vida en mitad de una pandemia, no es un deporte.
  • siempre que se cuiden las recomendaciones de distanciamiento y desinfección, la casa de las personas sanas es una especie de punto cero o espacio protegido.
  • hay que disminuir la movilidad general porque así baja la posibilidad de contagio (lo mismo de que un portador asintomático extienda el contagio o de que una persona sana se infecte).
  • hay que recordar todo el tiempo que el virus penetra al cuerpo a través de las mucosas de ojos, nariz y boca (por eso, es imprescindible tanto el lavado frecuente de las manos con agua y jabón, como el no llevarse las manos a ninguna de estas tres zonas del rostro).
  • el estornudo de una persona infectada crea, alrededor de la boca, una pequeña nube de gotas de saliva en las que está contenido el virus. La respiración próxima también acarrea peligro.
  • se debe usar el nasobuco, de la manera indicada, todo el tiempo que uno se encuentre fuera de su casa. El nasobuco es una barrera física entre la persona sana y la posibilidad de contagio a través de esas gotas de saliva.
  • lo anterior explica por qué la distancia física es componente ineludible de la autoprotección.

En atención a lo anterior, hay que reducir las salidas, hay que usar el nasobuco, hay que evitar las aglomeraciones y, más aún, hay que pedir y exigir el mantenimiento de una distancia física entre las personas que esperan para adquirir algún producto o recibir algún servicio.

Es un trastorno de lo que estimamos habitual en nuestra vida, de formas de nuestra sociabilidad, de maneras de manifestar la alegría o el cariño: un cambio cultural.

En el actual contexto, cambiar es actuar como parte de una energía colectiva que persigue unidad para el enfrentamiento a la pandemia y la protección de todos los ciudadanos en el país. Es ponernos al servicio de la necesidad y el bien común.

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Alma Masè dijo:

1

9 de abril de 2020

04:24:21


Por favor, disciplina. Soy italiana y estamos cerrados en casa. También aquí hay indisciplina social. Por eso si salimos debemos tener un autocertificado con la explicación de donde vamos (al supermercado, al medico, a la farmacia), si los policias te paran y se dan cuenta que les estas diciendo mentiras ponen una multa desde 400 hasta 3000 € y si uno resulta bajo observación por ser infectado de covid arriesga de 3 a 6 años de carcel por su actitud en el poder causar daño a los demas. Sé que no es facil. Estamos sufriendo. Nos hacen falta las relaciones sociales, los seres queridos, los paseos sencillos de primavera. La vida normal. Debemos salir bien y con menos perdidas de vida humana. Aquí en Italia ya murieron más de 16000 personas. Entre esas más de 90 medicos y 26 enfermeras, no solo pobre viejitos que ya padecían de otras enfermedades. Cuidense y sigan las indicaciones de su gobierno y de las autoridades sanitarias.

Pontificio dijo:

2

9 de abril de 2020

06:54:23


Un poco tarde se están tomando medidas.Ya el virus está disperso por toda la Habana.Siguen las moloteras para comprar alimentos y sigue el consumo de alcohol.

ANGELA FELIX dijo:

3

9 de abril de 2020

10:18:56


Gracias por su comentario en el recogio todo lo mal hecho de algunos miembros de nuestra poblacion ojala todos leyeran la prensa o tuvieran acceso a la digital buen trabajo de su parte.