Considerado como un nuevo exponente del cine de terror, lo último de Ari Aster podrá apreciarse en un próximo estreno de nuestra televisión. Se trata de La mitad del verano (Midsommar 2019), una historia de superación emocional y horror folclórico que transcurre en una comunidad de rituales paganos.
Aster debutó en 2016 con Hereditario, ópera prima diseñada con las mañas de un bordador que quiere demostrar eficacia y nuevos aires en un género destrozado por muchos. Premios internacionales y artículos a raudales calificaron el filme tanto de asombroso como de obra única. Y en parte lo es, en especial si se tiene en cuenta que se centra en la más trillada de las tramas: una casa endemoniada en la que el terror sicológico resulta lo predominante.
Considerado entonces un renovador del género, el segundo filme de Aster se esperó con ansias. Llegó así La mitad del verano, con no pocos elogios y aplausos, pero igualmente señalamientos de que el director había querido abarcar demasiado en un filme de dos horas y media de duración, al que no le faltaban incoherencias y hasta desbordes dramáticos.
Sin dejar de ser polémica, la cinta se encauza en el llamado horror folclórico y mezcla elementos del drama romántico con el suspenso de corte sicológico y no pocas referencias cinéfilas al cine de los años 70 y 80. El denominado folk horror trata de personas que se encuentran con otras que viven en entornos naturales poco explorados, y que guardan secretos que provocan el miedo ante lo desconocido, por parte de aquellos que llegan y traen consigo una escala de valores predeterminada por vivir en la ciudad.
Destaca en La mitad del verano una cuidada estética, signada por la luz constante en sus espacios abiertos y con un predominio absoluto del color, a diferencia de la lobreguez desplegada por Aster en su anterior película. El filme es estadounidense y se realizó en Hungría como si fuera Suecia y, en esencia, trata de un grupo de estudiantes norteamericanos que, motivados por un interés antropológico, viajan durante el verano a ese país para participar en unos festejos que cada 90 años se celebran en una suerte de comunidad rural hippie integrada por seres muy blancos y rubios, jóvenes y viejos, que profesan una religión ancestral denominada Harga.
La mitad del verano cuenta con un prólogo estremecedor que, en apariencia, no tiene nada que ver con el desarrollo de la trama, pero que el director necesitaba para reafirmar la fragilidad emocional que devora a su joven protagonista antes de decidirse a acompañar a su novio a Suecia. Ella es la actriz inglesa Florence Pugh, una de las revelaciones del cine de los últimos tiempos y su actuación clasifica entre lo mejor.
Desde un principio, el filme está lleno de expectativas que se irán haciendo mayores y vendrán escenas pavorosas que pudieran provocar un cierto rechazo, pero que son asumidas como parte de las reglas del juego de un género en el que todo está permitido. Una trama que permite ir descubriendo lo increíble, a la par de esos estudiantes gregarios provenientes de la ciudad, prácticas pavorosas como que, a los 72 años de edad, el ciclo de vida se termina sin remedio –¡qué horror!– para los integrantes de la comunidad pagana y, por lo tanto, se impone decirle adiós al mundo de los vivos.
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Mailén Cruz González dijo:
1
3 de septiembre de 2022
01:39:55
Familia dijo:
2
11 de septiembre de 2022
14:35:08
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