
Los libros clásicos tienen la virtud –o la desgracia, según se mire– de que sus argumentos sean harto conocidos e incluso muchas personas puedan discurrir sobre sus valores sin haberlos leído.
Porque han sido llevadas al cine hasta el cansancio y forman parte del acervo popular, hay obras que una termina preguntándose para qué leer finalmente, cuando se lleva tanto retraso.
No obstante, no hay referencia que sustituya la lectura ni película que pueda competir con la buena palabra impresa. Para constatarlo basta leer Jane Eyre (Editorial Arte y Literatura, 2018), una novela de Charlotte Brontë que ha sido adaptada profusamente a las pantallas, y muchas veces presentada como simple drama romántico.
Jane Eyre, sin embargo, es un libro sorprendente tras la aparente sencillez argumental; más sorprendente aún por ser obra de una mujer del siglo XIX –lo publicó bajo el seudónimo de Currer Bell– que cuestionó los cimientos de la moral de su época, y aquello que era esperable de una «buena mujer».
Disponible para su descarga en formato epub desde www.cubaliteraria.cu, la novela resalta, en primer lugar, por su prosa ríspida y (aunque parezca una contradicción) a la vez suave, casi musical. En Charlotte, lo que podría parecer ingenuo, se torna firme:
«Soplaba una brisa del oeste que llegaba por encima de los montes, endulzada por los perfumes de juncos y matorrales. El cielo era de un azul sin manchas; la corriente que descendía por la ladera, aumentada por las lluvias de la primavera pasada, corría abundante y clara, reflejando los rayos dorados del sol y los tonos transparentes del firmamento».
El personaje de Jane responde a una visión feminista, quizá no consciente, pero inequívoca. Contrario a lo que se establecía como ideal femenino, no es una mujer que ama a quienes le hacen mal, ni olvida las ofensas; explota su independencia para trabajar, para huir cuando debe hacerlo; no cree en el matrimonio sin amor, como el acceso a la respetabilidad; ni teme a la atracción por un hombre como si fuera pecado.
Brontë critica la falsa religiosidad y enaltece la devoción a la rectitud y al bien, pero no al sacrificio vano. En el prefacio a la segunda edición, escribió:
«Convencionalismo no es moralidad. Intransigencia no significa religión. Atacar al primero no equivale a ir contra la última. Arrancarles la máscara a los fariseos no es levantar una mano impía contra la corona de espinas».
Se han escrito miles y miles de historias románticas en los últimos siglos, pocas han llegado a erigirse como clásicos, porque hace falta maestría, como es el caso, para engarzar sentimiento, suspenso y cuestionamientos inteligentes.
Más allá del amor atribulado entre Jane Eyre y Edward Rochester y la especie de triángulo con el párroco St. John Rivers, queda la fascinación por la locura y sus impulsos incendiarios, y la certeza de que los moldes de la sociedad suelen ser estrechos e injustos para la pasión humana.
Charlotte, que vivió muchas veces del lado de la tragedia y murió embarazada y tuberculosa, supo escribir la vida en su complejidad y belleza.









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Domingo Amuchastegui dijo:
1
15 de diciembre de 2021
10:13:11
arojas dijo:
2
15 de diciembre de 2021
11:20:49
Dunia dijo:
3
29 de diciembre de 2021
15:49:27
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