Cuenta la periodista de Radio Rebelde, Teresa Valenzuela García, que el amor llegó de forma inesperada a las vidas de los jóvenes Boris Luis Santa Coloma y Haydee Santamaría. Un sentimiento que fue consolidándose en la misma medida en que arreciaban los peligros, al enfrentar abiertamente la sangrienta dictadura de Fulgencio Batista. Aun así, la pasión de ambos jóvenes fue similar a la de otros enamorados, sin menospreciar la posibilidad real de la muerte. Ellos lo sabían, el día de hoy podía ser el último de sus existencias. Decidieron amarse con ese ímpetu propio de los que tienen la convicción de que sus vidas ya estaban unidas por un amor más solar que el de la carne; por un sentimiento más allá de los besos y los mimos, por un amor de patria grande.
Ella había brotado entre aquellos girasoles que cultivaba en los campos floridos de un batey azucarero, y ante el amor se descubrió tímida, azorada por la presencia de aquel joven tan guapo, tan decidido, con ese carácter de los hombres que no huyen al primer latido enamorado del corazón. Se supo frágil ante el sentimiento desbordado que le robaba los sueños y la aparente tranquilidad de un alma campesina en medio de la urbe desenfrenada. Él, silvestre como los potros de la guerra, había venido a la capital, desde San Nicolás de Bari, para sus estudios universitarios en Ciencias Comerciales, y con la seguridad de que hallaría los resortes verdaderos de la lucha contra la tiranía.
Cuando el amor llega como barco deseoso de encontrar puerto seguro, se vuelve refugio, fuerza compartida, confianza y razones para seguir adelante. Yeyé aprendió a vivir entre la felicidad y los miedos de perder su gran amor de familia y a aquel otro, el que le traería las noches de poemas, las noches inabarcables de amores en la alegría de las desnudeces, de los llantos de cuna y de las preocupaciones infinitas.
El 27 de noviembre de 1952, llevado de la mano por Jesús Montané, Reinaldo Boris Luis Santa Coloma, el muchacho hermoso de nombre tan largo, según el recuerdo de Nena –amiga de infancia de Yeyé–, conocería a quien días después sería su novia, no solamente para la vida, sino para la historia. Montané vio en los ojos del amigo la impresión dulcísima que le había provocado Haydee, y decidió presentarlos. Era justo ser testigo del nacimiento de un amor tan puro, casi angelical.
El 26 de julio, Boris Luis dio muestra de una grandeza inusual entre los seres comunes, lejos de salvar su vida al salir ileso de los muros del Moncada, regresó en busca de Haydee y de sus compañeros de lucha en el hospital Saturnino Lora. Le fue en esa acción la vida. Yeyé jamás pudo borrar las horas amargas de aquellos días, pues no solo había sido masacrado su hermano. Junto a él, igualmente, los esbirros se ensañaron con el joven de 24 años y le arrancaron cada pétalo de su vida. Los dos girasoles de Haydee fueron, de manera bestial, mutilados. Sus miedos se habían hecho realidad.
Pero cuando la muerte no es verdad, porque se ha vivido bien la obra de la vida, por breve que haya sido el paso del hombre por ella, germina de las entrañas de la tierra esa fuerza volcánica que exige continuar, no detenerse en medio del sendero; esa fuerza que viste de verde olivo, para que renazca, desde lo más profundo de la bóveda celeste, esa luz que alumbra y mata; esa luz que se llama justicia y que hace crecer, nuevamente, los hermosos girasoles en los campos floridos de un batey azucarero.








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