En entregas anteriores he debatido sobre retos y estrategias de la discografía cubana en tiempos actuales, en los cuales se conjugan cauces que atañen la producción a gran escala o la permanencia en plataformas cada vez más en desuso.
Si bien el calvario tecnológico es impuesto al mundo a través de la industria global, en una carrera de velocidad con grandes recursos financieros, en nuestro caso se ralentiza por el mero hecho de que nuestras instituciones siguen priorizando la subvención, y apuestan por el producto cultural más allá de una retribución, al menos inmediata o expedita.
Pero, ¿qué significa mantener una estructura basada en el fonograma físico? ¿Cómo paliar los embates de una plataforma que día a día se hace obsoleta?
A inicios de la década de los años 90, y coincidiendo con el colapso del campo socialista, nuestra industria discográfica tuvo dos grandes y lamentables sucesos que se unieron para sumirla en un impasse: el mencionado hecho histórico y, además el crossover tecnológico que supuso la llegada del formato de disco óptico en sustitución del vinilo. Hoy, si buscamos similitudes desde prismas análogos, el mundo de la discografía se encuentra por primera vez, desde hace 30 años, frente una extinción como aquella, sin claras señales de qué formatos podrían sucederle.
Sabemos que es el mundo virtual el que ha desbancado a la producción en físico, pero ese universo y sus infinitas posibilidades han pluralizado los consumos en dependencia de disímiles factores que, lógicamente, también son monitorizados por la industria. En el terreno nacional muchos debates se han suscitado en torno a ello. Unos claman por migrar completamente al plano digital, otros claman por la hibridación tecnológica, y otros por mantener el reservorio físico como la única Arca de Noé ante el escenario que nos rodea. Pero, ¿cuál sería un camino ideal en esta enredadera de ribetes históricos? ¿Cómo enfrentar una realidad tecnológica con pocos recursos y la obsolescencia a escala global?
Como ejemplos de lo que viene sucediendo en el entorno del consumo de la música, pudiéramos mencionar que los ordenadores Apple Mac desde hace más de ocho años en sus equipos ya no incorporan lectores de discos ópticos, y otros fabricantes (Lenovo, Toshiba, etc.) ya han asumido esa tendencia, lo cual obliga al consumo digital, con tiendas y plataformas creadas para tales fines.
En Cuba ya se cuenta con un sistema de consumo similar, Sandunga, pero aún con muchas posibilidades por explotar y de poner en práctica una mayor complementación de servicios afines en cuanto sigamos expandiendo el uso de internet y pasarelas de pago, por lo que un salto total al universo digital no creo que sea coherente por el momento.
Pero más allá de reticencias de diversa índole, pienso que, a pesar de ser un oasis discográfico en el plano físico, debemos estar conscientes de que el día cero del disco es un reloj en cuenta regresiva, cada vez más cerca de detenerse.










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