Hace pocas semanas se realizó en nuestra capital el II Coloquio Internacional Patria, convocado por la Upec, en el cual intervinieron numerosos oradores de diversas partes del mundo. Desde medios alternativos, organizaciones políticas y activistas sociales escuchamos extraordinarias voces que propusieron y concretaron ideas para contrarrestar la política hegemónica del Norte como única narrativa creíble y posible para nuestros pueblos.
Una mirada musical en ese complejo entorno fue planteada por Israel Rojas, compositor y líder de Buena Fe, alrededor de una idea nada despreciable para estos tiempos: la creación de uno o varios sellos discográficos del Sur en los que tuvieran cabida los cientos de proyectos que surgen en nuestra región. Sobre ese tema, mi columna anterior hacía énfasis, casi con total similitud, en lo referente al coloniaje musical que nos han impuesto desde el discurso triunfalista, y si sumáramos la iniciativa de Israel, podríamos entonces llegar a mejores puertos en tiempos de tempestades. Es utópico, claro está, más no debiéramos desdeñar esa idea sino todo lo contrario: asumirla como una consumación desde los predios de la industria fonográfica sería un paso ideal en cuanto a la soñada integración cultural latinoamericana.
Concatenar la distribución de materiales discográficos en nuestros países es tarea ardua, teniendo como escollo principal la depreciación del mercado físico del disco, así como su acelerada y casi defunción total. A su vez, transnacionales del ocio –con sede en Miami principalmente– inyectan millonarios presupuestos a sus producciones de marras para seguir abaratando, cada vez más, a nuestras expresiones musicales más auténticas.
Si pensáramos en cómo poder ganar espacios para conquistar audiencias desde las actuales reglas del mercado hegemónico, claro que estamos ante un monopolizador esquema monetario como catalizador y regulador de todo un mecanismo de validación musical continental.
Obviamente, en nuestro caso, poseemos la singularidad de ser una región de ritmos y proyectos que pueden ser ampliamente difundidos y consumidos de forma real y coherente, sin caer en caricaturas para un público al cual le venden una postal sonora o una maraca pintoresca como souvenir. Pero sí, se necesita dinero, y mucho, para asumir las riendas de una distribución musical bien enfocada en nuestras propias necesidades culturales, en la cuales esos referentes también puedan competir con esa gigantesca maquinaria de banalidad en alto porcentaje.
Lograr que una buena parte de nuestra región pueda bailar o conocer las mejores bandas de salsa, rock o pop por sobre una canción de despecho ante un divorcio con ribetes millonarios, debería ser un motivo de concertación discográfica regional.
Difundir más a cantautores continentales sería un buen ejercicio para que sus astrolabios buscasen más nuestro Sur, y no tanto el Norte donde casi siempre se enlatan y revenden mercancías musicales baratas. Potenciar los movimientos corales y sinfónicos en nuestra zona común, donde hasta el idioma nos favorece, también sería ideal para ser menos discriminados y lograr que florezcan más nuestros teatros. Tarea difícil, pero no imposible.
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