Mucho se ha polemizado sobre la utilización de códigos machistas en la música cubana, y del estereotipo femenino como símbolo de énfasis visual en videoclips de muchas de esas canciones, aunque si las desmontáramos de manera crítica, se entendería que algunas ni siquiera se asoman a esa categoría musical.
Ha sido común el lenguaje sexista y discriminatorio usado y, en muchas ocasiones, se ha rozado la vulgaridad, lo que, mezclado con una iconografía lamentablemente acuñada en estos niveles, denigran y trastocan el lugar de la mujer en la sociedad, sin duda alguna.
Ahora bien, ¿qué sucede cuando es la propia propuesta musical lidereada por mujeres la que utiliza estos mismos códigos excluyentes? ¿No significaría esto caer en las mismas trampas que se critican en los hombres?
Sorprende, y mucho, escuchar –y observar a través del audiovisual– canciones donde ellas revisitan las mal establecidas zonas de la mujer como objetivo sexual y todo el cúmulo de expresiones discriminatorias, lamentablemente apropiándose del discurso del hombre como verdugo y macho alfa, patriarca indestronable y jerarquizador de su especie. Lo cuestionable es que no se revierte el mensaje discriminatorio en contraposición de género, es decir, la antítesis (la cual para nada defiendo) de mujer vs. hombre para «supuestamente combatir» el esquema hombre vs. mujeres, sino que se sugiere, a través de códigos musicales y visuales, una relación de autoflagelación rara e indefendible de la mujer en detrimento de luchas y derechos que se han ido conquistando.
En ese sentido, ¿por qué acudir a la visualización corporal femenina en muchas propuestas de pasarelas o exhibición en playas, piscinas, con trusas provocativas, en camas, con poses semidesnudas y más? ¿Por qué la imagen en bares de mujeres solitarias con escotes pronunciados o los detalles de sus contornos para sugerir amor o la espera de este?
Eso por una parte. En la otra, encontraremos muy pocos ejemplos de un discurso emancipador o de advertencia social, o simplemente donde no esté de forma tan implícita la dependencia de género que tanto tratamos de desterrar en el arte y en la vida cotidiana muchos de nosotros. Y ello no significa que cantarle al hombre no sea un derecho de la mujer, como lo es el amor hacia el mismo sexo; como tampoco cuestiono preferencias ni rumbos, pero sí motivos y posiciones discriminatorias, sexistas y lacerantes, vengan de hombres o de mujeres.
Muchas cantoras, la mayoría, no basan su arte en estas estéticas de subyugación sexual o autodiscriminación, pero lamentablemente no son sus propuestas las más promocionadas en nuestros medios, lo cual nos coloca ante una encrucijada que hemos esbozado en esta columna en varias ocasiones: la dicotomía entre popularidad y calidad, arista que, a todas luces, sigue siendo tema escabroso y pendiente de solucionar.
Mientras, continuaremos cultivando una disparidad temática compleja, cuando en los propios clips y canciones muy bien difundidas se siga legitimando a la mujer como un objeto de deseo. (O.A.LL.)










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