En el disfrute de la música, ya sea durante la escucha discográfica –u otro soporte– así como de forma directa, rara vez se pondera el trabajo sonoro que logra traducirse con claridad y limpieza. Contrariamente sólo se consiguen reacciones adversas y, como suele suceder, una gran mayoría de oyentes se convierte en jueces inquisidores al menor resquicio -en ocasiones fabulado- que ponga en peligro la tan cuestionada recepción del mensaje musical.
En esa línea habría primeramente que focalizar para luego entender y discernir la narrativa musical per se de la plataforma auditiva: en otras palabras, el qué se dice y cómo se hace.
Se pudiera experimentar entonces una dicotomía, irreconciliable en apariencias, además de la mal asumida creencia en que ambas variables son idénticas, cuando difieren en concepto. Partiendo de la morfología de una obra musical y de su calidad o sujeción al gusto de cada cual, y de la exquisitez o no en la manera en que fue plasmada en determinado soporte físico o presentación en vivo, pudiéramos conformar cuatro posibles variables si relacionamos esos patrones, donde siempre sería ganadora la calidad en cualquiera de esos entornos y no la ecuación fallida de mala música y mal sonido.
En nuestro país la figura del ingeniero de sonido ha pasado casi inadvertida para el gran público, y cargamos con deudas desde el asumir premios o categorías competitivas donde puedan reconocerse y visibilizarse muchos de estos artistas. En la industria de la música directamente, la encrucijada del silencio a pesar de la calidad ha desmotivado muchas veces el acercarse a un arte el cual ha tenido grandes profesionales y que necesita seguir desarrollándose de manera endógena y con solidez.
Existen varias especializaciones en estas lides como por ejemplo el sonido en vivo y sus enormes retos, donde el artista deberá enfrentarse a varios tipos de salas y acústicas (de ser en teatros o lugares cerrados, claro está) así como el aforo de cada una, la distribución del lunetario, pasillos, marquetería y muchos más detalles. De ser en espacios abiertos obviamente cambian el concepto y diseño sonoro, muchas veces la conformación de la microfonía debe ser reemplazada ante un determinado giro climatológico de última hora como puede ser el viento, por ejemplo. Existen artistas que han preferido la grabación en estudio, o se han decantado por zonas como la mezcla y/o masterización en dependencia de sus conocimientos y gustos o simplemente teniendo como factor catalizador la disponibilidad del mercado.
Unos se inclinan por un género musical específico, logrando sentar cátedra lógicamente pues les proporciona un magnífico valor agregado como resultante de la pericia y la creatividad, así como de la especialidad en cuestión. Si buscáramos un paralelismo musical podríamos homologarlos –sólo de manera informacional– con aquellos artistas que interpretan exclusivamente a un autor (Chopin, Vivaldi, Lecuona…) o instrumento determinado o familia de estos (como la trompeta en Si b, la trompeta barroca, la flauta traversa o la flauta piccolo, por ejemplo).
Quedan otras aristas por abordar, y no sólo la ponderación justa deberá guiar nuestro interés, sino también los factores que laceran y ensombrecen tan hermosa profesión.










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