Hace pocas semanas, un gran amigo y maestro, Guille Vilar, me hizo un excelente regalo: un libro muy ligado a mi carrera. Fue así que pude tener La dictadura del videoclip: industria musical y sueños prefabricados (Ciencias Sociales 2019), del autor español Jon E. Illescas, con prólogo de Iroel Sánchez y presentado en la Feria Internacional del Libro, en febrero. El texto enuncia y polemiza sobre la demoledora industria del ocio y el audiovisual en más de 400 páginas para, en un tono académico pero entendible, diseccionar ese mundo de oropeles que nos venden desde la industria, tal cual nos ven: receptores inanimados.
En un trabajo publicado en el portal Cubarte, en 2013, en el que abordé de forma crítica algunas ramificaciones –a mi juicio dañinas– de la música cubana actual, incluyendo al videoclip, me mantuvo en fuerte controversia con determinados sectores allí referidos. No pretendo comparar ese texto de 2013 con esta «biblia» escrita por Illescas, pero conocer su profundo viaje al tema con ejemplificaciones tan contundentes me dio mucha alegría profesional, pues aquí unos pocos habíamos alertado críticamente sobre la utilización de varias plataformas televisivas en pos de la imposición de una visión esclava del consumo y las modas. Por años, se han ignorado muchos de esos debatibles criterios, aunque tampoco osaría pensar que todo lo aportado desde el matiz teórico haya tenido la lucidez de la razón. Obviamente no, pero sí defiendo que han existido más aciertos que gazapos en esa dirección.
¿Por qué los estereotipos de otro entorno visual? ¿Por qué la codificación visual de géneros y estéticas? ¿Por qué aún hoy la manida exacerbación sexual para denigrar a la mujer como objeto?
Nuestro mercado musical no funciona articuladamente. Atípicas realidades y condicionantes readaptaron fórmulas para impregnarle ciertas dosis de espontaneidad, saludables y perjudiciales, y no poseemos mecanismos de retroalimentación y mercadotecnia de forma natural: estamos ante el fenómeno donde la pauta no la marca la calidad, sino la cuestionable popularidad, y ello no debe ser el derrotero de nuestra industria. ¿Por qué varios premios Cubadisco no cuentan con videoclips de mejor factura?
Si tenemos en cuenta el enfoque de Illescas sobre la entronización del clip como plataforma de dominación cultural hegemónica, dictada por el poder mediático transnacional, y lo aplicamos al entorno cubano, lo que planteo de divorcios antagónicos entre disco y videoclip reforzaría la tesis de que muchas veces somos meros espectadores acríticos sobre realidades insulsas e impositivas.
La consolidación de una seudocultura desde la óptica vencedora del materialismo, sobre el humanismo, es un peligroso juego que conduce a oscuros parajes: el afán de erradicar culturas endógenas y ancestrales, en aras de un embrutecimiento a toda costa, buscará mecanismos seductores. De ahí la riqueza de este libro, tan necesario como actual.










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