
La música popular bailable en Cuba siempre ha gozado de estar a la moda y no solo en lo que a temáticas se refiere, sino en torno a peinados, vestimenta y demás: basta mirar las fotos de orquestas o solistas de diversas épocas para constatarlo y sorprenderse a veces por los extravagantes atuendos, pelucas u otros complementos. Pero más allá de apropiaciones o innovaciones en el vestir, algo era casi común y sagrado para la mayoría de esos artistas, y era el respeto a la escena.
Cuentan la prensa de la época, abuelos (el imparcial público atestiguador) y notables músicos y musicólogos que el irrespeto visual no era algo común y que, aunque existía, era tal la disciplina que pronto se solucionaba el asunto. Por supuesto, existen diversos contextos musicales y una cosa es la rumba y sus ancestrales bailes de pareja, con toda la soltura corporal y escénica que eso conlleva, y otra un concierto de la Aragón en un teatro. Los espacios, aunque diversos y en ocasiones antagónicos, poseían sus propios códigos, sus propios públicos y cuando ocurrían aportaciones estas eran hilvanadas con una sabia costura musical y escénica.
Pero ¿qué ha sucedido de un tiempo hasta acá, específicamente el hoy que nos toca como generación?
He visto una tendencia bastante marcada de lo que llamo agresión visual, a veces aparejada a la moda, y que incluye elementos como el propio lenguaje y un grotesco gesticular, este último como recurso escénico del cantante que por momentos pregunto: ¿me está cantando, agrediendo o regañando? En muchos casos observo una especie de guapería barata, manoteadora, iracunda, y fíjense que no hablo de los manidos –y debatibles– recursos escénicos del reguetón, sino de una tendencia que salpica a no pocas orquestas del país.
Algunos culpan a la timba de tal fenómeno, lo cual no comparto. Pienso que su irrupción en el país no significó para nada un retroceso en esa dirección, de hecho sus principales protagonistas en los 90, aunque fueron arriesgados, no hicieron concesiones en tal sentido, ni la timba como género aglutinador mostró marginalidades musicales, escénicas o de proyección social. Recuerdo uno de los temas que más revuelo y críticas causó, La Bruja, interpretado por NG la Banda, en mi opinión injustificadamente, pues nada ofensivo o degradante asomaron siquiera su sombra por el tema.
Empero, sí es innegable el cambio en cuanto a esencias y mensajes en variadas orquestas hoy día, y la recontextualización de códigos que en alto grado nos son ajenos, o al menos chocantes.
¿Por qué la exaltación de la marginalidad visual? ¿Por qué algunos cantantes tienen incorporadas fatales gesticulaciones o la acomodación de sus genitales mientras actúan? ¿Por qué el uso de muletillas lingüísticas cuando estas han sido ya autoría de otros? Noto falta de creatividad musical en muchos casos, la cual tiene que «rellenarse» en el falso y pobre dominio de la escena que muchos creen poseer solo por decir: «Mano pa'rriba mi gente... Aplauso que se vale... Ahí na'má...». Todo ello conforma, junto a elementos musicales, el éxito de un proyecto. Recordemos un viejo axioma del habla popular, pero que en estos tiempos de revolución visual acomoda perfectamente: «una imagen vale más que mil palabras».










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Lucía dijo:
1
1 de agosto de 2019
09:47:38
FRANCISCO TERRY DIAZ CIGB dijo:
2
1 de agosto de 2019
11:11:32
carlosvaradero dijo:
3
1 de agosto de 2019
14:50:34
Laura19 dijo:
4
1 de agosto de 2019
15:45:31
César Brown dijo:
5
2 de agosto de 2019
02:04:57
idania rosa dijo:
6
2 de agosto de 2019
11:22:34
carlosvaradero dijo:
7
2 de agosto de 2019
11:25:10
Chini47 dijo:
8
2 de agosto de 2019
15:31:30
inedito Respondió:
2 de agosto de 2019
16:31:43
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