Tratar artísticamente en nuestros días un tema que ha sido muy trillado resulta un reto para cualquier creador. Y si la obra es Romeo y Julieta, decir algo diferente es una extraordinaria hazaña, porque sin dudas, es una de las piezas más abordadas en la literatura y las artes escénicas de los últimos siglos.
La versión creada por Alicia Alonso para el Ballet Nacional de Cuba (BNC): Shakespeare y sus máscaras o Romeo y Julieta, fue seleccionada para descorrer las cortinas del 24 Festival Internacional de Ballet. La singular pieza en un acto, que viera la luz en Valencia (España) en julio del 2003, y luego en diciembre del propio año en el Gran Teatro de La Habana constituye un rotundo éxito en cada lugar por donde pasa, porque es de esas obras diferentes que atrapan al espectador.
Y aunque hay muchas versiones por el mundo de la obra de William Shakespeare llevadas al ballet con la música de Prokofiev, y también de Berlioz, entre otras, la de Alicia es distinta, porque utilizó, por vez primera, la que Charles Gounod creara para su ópera homónima, a partir de una adaptación musical de Juan Piñera.
Pero hay más, es una pieza mágica, en la que el público siempre encuentra algún detalle nuevo, ya que el vocabulario danzario de la coreógrafa, es amplio como su imaginación. A ello hay que añadir la interesante escenografía de Ricardo Reymena —en esta ocasión se volvió a utilizar la original pues el pasado año se realizó otra más funcional para poder pasearla internacionalmente—, que está muy bien diseñada en su solución como pura arquitectura, es sólida en cuanto a realización, y muy acorde con la obra, al espíritu shakesperiano y la imagen del teatro isabelino. Notable labor escenográfica que es palpable siempre en las soluciones visuales firmadas por el creador.
Y por supuesto, otro punto a favor lo regala Pedro Moreno, uno de los diseñadores de vestuario de más amplio registro en los escenarios españoles, quien puso su experiencia aquí, dio marcha atrás en la mirada y ancló en la Italia medieval para inspirarse y recrear los trajes de Shakespeare y… que resultan fantaseadores y agradables a la vista.
Shakespeare y sus máscaras, vivió un importante momento en esta primera función del 24 Festival, y aunque adoleció del “embrujo” (positivo) que la caracteriza, quizá dado por el hecho de realizarse en el inmenso escenario del coliseo de Miramar que le resta intimidad, resulta un buen espacio donde los noveles bailarines del BNC, se van sedimentando en los clásicos. Se observó ese profesionalismo que siempre escolta a la compañía, donde cada uno sabe lo que tiene que hacer en cada momento.
Anette Delgado y Dani Hernández, en los protagónicos volvieron a escenificar, como es habitual en ellos, una función fresca, logrando inusitados matices. Ellos lo entregaron casi todo, dando como resultado una función singular, donde conjugaron la técnica, el baile y también la actuación.
Anette desplegó su arsenal escénico, y transmitió un puro sentimiento de manera espontánea. Después, su manera de bailar, (lírica y vibrante), regaló la otra parte, para armonizar. Él, un bailarín muy clásico, espontáneo, siempre seguro, bailó con energía desplegando técnica, amén que fue un solícito partenaire. Fue un hermoso diálogo de pareja que alcanzó el éxtasis en el punto final de la obra.
Otros factores positivos dejó como estela este Shakespeare…, el primero, la justa y creíble interpretación de los personajes, y la madurez lograda en muchos de ellos, que en conjunto ofrecieron una puesta casi perfecta. Arián Molina demostró que tiene madera para abordar el personaje de Shakespeare, se acomoda perfectamente en la parte bailable en la que no tuvo ningún aspecto a criticar negativamente, aunque debe pulir ciertos detalles del lado de la actuación, verdaderamente se hace sentir en la escena como el vendedor de máscaras, hilo conductor de la obra.
Jessie Domínguez le da un particular tono a la interpretación de la simpática nodriza de Julieta, que borda con matices precisos, algo a lo que nos tiene acostumbrados por sus altos tonos de actuación en cuanto personaje toca. La hermosa Carolina García, como la Señora Montesco, madre de Romeo en un tono real y creíble, desborda en elegancia en la escena; mientras que Amaya Rodríguez alcanza fibras sensibles en el sentimiento expresando el dolor, como la madre de Julieta.
Mercucio encontró a un bailarín idóneo: Serafín Castro, quien además del perfecto baile deleitó con sus notas histriónicas; el Teobaldo de Alfredo Ibáñez llegó al espectador con fuerza en su interpretación con un biotipo idóneo para el mismo, y bien por Ernesto Álvarez en el Benvolio que lo ha hecho suyo recreándolo con pasión.
Es agradable ver cómo se desarrollan los jóvenes en las tablas. Dayesi Torriente —deliciosa— en una de las mujeres de vida alegre, secundada muy bien por Regina Hernández y Ginett Moncho. Los saltimbanquis —¡excelentes y plenos de vitalidad!— llegaron en las pieles de Massiel Alonso, Alejandro Silva, Maikel Hernández y Omar Morales. El cuerpo de baile, en términos generales muy parejo. Y felicitar, por supuesto, el serio trabajo orquestal, conducido a la perfección por el maestro Giovanni Duarte, sin lugar a dudas, otro punto positivo y alto de Shakespeare y sus máscaras.
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Idaliena dijo:
1
30 de octubre de 2014
10:18:01
Latiguillo dijo:
2
30 de octubre de 2014
12:40:34
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