No es imaginación. Tampoco recurso comparativo, propiamente. Es que he vuelto a sentir la sensación de un año atrás, cuando la noticia derramó alegría por el centro y otros espacios de la ciudad de Sancti Spíritus.
Ganar la sede central de un acto por el 26 de julio (como sucedió en 2024), «no aflojar ni en las curvas», y recibir, ahora, la condición de Provincia Destacada, deviene verdadero acontecimiento de pueblo…, cuando hay claridad de lo que ese reconocimiento significa: sentido de pertenencia, sano orgullo territorial, conciencia de que el momento es extremadamente duro (11 horas sin corriente eléctrica no es cosa de juego); pero, sobre todo, voluntad y tozudez como para no «desmerengar» el ánimo ni la capacidad de seguir remando hacia adelante.
A un año de aquel amanecer -cuando aplausos y alegría pusieron fin al acto nacional por el 71 aniversario del asalto a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes- nadie dude de que en la tierra del Yayabo -muy por encima de dificultades, vicisitudes, escaseces, penurias e insatisfacciones– hay suficiente mandarria para seguir golpeando lo adverso y hacer del barro milagros.
En términos formales o «medibles», ahí están las sedes nacionales que el territorio ha seguido obteniendo en esferas y actividades como las de la pesca, el medio ambiente, la enfermería…
Con marcado palpitar de pueblo, ahí está esa feria dominical que siempre he dicho que no parece de este momento, por el volumen y variedad de productos que oferta y, muy especialmente, por la tranquilidad, goce y placer que refleja el semblante de quienes concurren «religiosamente» a ella, con el propósito de comprar lo imprescindible para la semana, y no hacer la menor resistencia ante la tentación de tomarse una cerveza bien fría, con la pareja o en amistad.
Hablan por sí mismos esos pequeños microbuses eléctricos surcando tranquilamente la ciudad y desprendiéndole pedazos al acuciante problema del transporte urbano…
Y, se me antoja –desde los puntos de vista gráfico, conceptual y real– reflejar el latido de esta provincia, ahora mismo, mediante una imagen que, deteniendo el auto, bajo y tomo a punta de lente, mientras un oficial de tránsito pasa en su moto, observa los intermitentes estacionarios activados, gira el cuello hacia mí y me saluda con el dedo pulgar en posición vertical.
Frente a mí, una señal prohíbe el «giro en u». En profundidad la brisa hace ondear una bandera cubana y otra del 26. Es lo mismito –me digo- que distingue a Sancti Spíritus. No hay «giro en u», no hay marcha atrás; este noble pueblo lo aprendió –y no lo olvida- de su principal prócer, el Mayor General Serafín Sánchez Valdivia, cuando, herido de muerte, arengó a continuar (siempre) la marcha.
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