ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA

Mientras una joven madre y su pequeña niña caminan, justamente frente a la escultura erigida al Mayor General Serafín Sánchez Valdivia, la pequeñita se le desprende de la mano y enrumba hacia el conjunto de imágenes, en la base.

«Ven para acá, mi amor, que te vas a caer o te pueden regañar».

Resuelta a llegar hasta allí, la niña responde sonriendo: «Mamita, yo quiero tocarlo».

Y lo logra… con ingenuo aire triunfal.

Trinidad. Vestido de verde olivo, un niño deja atrás a su mamá, camina hasta el monumento a Alberto Delgado, lo contempla durante unos segundos y saluda con marcial o tal vez fantástica elegancia.

Son apenas dos ejemplos, vivencias muy recientes, pero pudiera enumerar decenas acerca de la atracción que sí ejerce –y puede seguir ejerciendo– la Historia sobre la niñez, la adolescencia, los jóvenes.

¿Dónde se torna empedrado el camino? Hay quienes afirman que en la secundaria básica. Es posible. Tengo, sin embargo, mis recuerdos también.

Ciego de Ávila. En aquella aula de octavo grado, perteneciente a la esbu René Ramos, pudiera escucharse el vuelo de una mosca mientras voy mostrando imágenes de nuestros jóvenes internacionalistas en Angola, acompañadas de relatos que mantienen muy atentos al mismo grupo de muchachos que, un rato antes, escandalizaban dentro del local.

Y escuchan. Y preguntan. Y todos quieren ver y tocar de cerca cada foto. Y no quieren que me vaya. Y me piden que regrese otro día.

Por ello bien vale, desde el modo en que muchas escuelas están «aterrizando» un proyecto de aprendizaje desarrollador de la Historia, hasta las acciones que tienen lugar en centros penitenciarios para sembrar o ampliar el conocimiento histórico entre personas sancionadas… por solo mencionar otros dos ejemplos.

Urge poner toda la inteligencia, voluntad e iniciativas en función de las principales prioridades de la Historia en cada lugar. No hay que ir muy lejos.

Y si los ejemplos anteriores no fueran suficientes, en esa misma zona central del país está la confirmación, en una escuela mixta rural que lleva por nombre Ángel del Castillo, en la cual niños, familiares, claustro docente y habitantes del lugar tienen, mantienen y le dan permanente uso educativo y patriótico a un museo, hecho por ellos mismos, que –sin exageración alguna– ojalá tuvieran muchos municipios del país.

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