ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA

Bajo el sol de mayo, la tierra cubana tembló; no por el trueno de la metralla, sino por el silencio que dejó el cuerpo desgarrado del poeta con estrellas de Mayor General en el uniforme; el Héroe Nacional, el Apóstol, el Maestro, el Delegado, el hombre que escribió versos de amor y planes de guerra: José Martí. Cabalgó hacia Dos Ríos como quien camina hacia el alba.

El Generalísimo Gómez le advirtió: «Quede atrás, Delegado». Pero Martí, de fieltro negro y revólver de nácar, eligió el fragor del primer combate. Él que había luchado por la libertad desde su pensamiento, tendría la oportunidad de hacerlo desde la acción. La tropa, emocionada, escuchó su voz horas antes: un himno a la patria que nacía entre balas.

La traición llegó con olor a cobardía. El mambí Carlos Chacón, enviado por víveres, vendió su secreto al colonialismo, tras ser capturado. Seiscientos españoles cercaron el potrero. Martí, Gómez y Masó avanzaron: tres jinetes contra el fuego cruzado. El Apóstol, imparable, desoyó otra vez la prudencia. «¡Al frente!», ordenó a Ángel de la Guardia, su fiel sombra de 20 años. La emboscada los envuelve.

Tres disparos. Uno en el pecho, otro en el rostro, otro en la pierna. Cayó de cara al sol, como soñó. Su sangre mojó la tierra que quiso libre. Los españoles, al saquear su cuerpo, no entendieron que no robaban solo un cadáver: las ideas ya volaban, indestructibles, por cada palmo de su idolatrada Patria, de la Venezuela de Bolívar; del Chile y la Argentina de José de San Martín; del México, de Hidalgo, de la América toda.

Lo enterraron sin honras, en fosa anónima, pero la Isla entera lo lloró. Gómez envió mensajes al enemigo: «¿Dónde está Martí?». Ninguna respuesta. Santiago lo recibió en un ataúd tosco; Santa Ifigenia lo guardó 12 años hasta alzarlo en mármol. Hoy, su mausoleo mira al oriente, que guarda en cada amanecer su profecía: «La muerte no es verdad cuando se ha cumplido bien la obra de la vida».

Murió en su primera carga, pero su guerra no concluyó. La intervención estadounidense truncó la victoria, pero no el sueño. Cien años después, Fidel y la Generación del Centenario empuñaron sus ideales. Martí, el hombre que unió letras y fusiles, papita en cada cubano.

Ciertamente lo perdimos en el momento que más nos hacía falta. Marchó al combate no por suicidio, sino por coherencia. Un líder no pide a otros lo que no da. Su honor era la patria; su pluma, un arma; su vida, un verso que Dos Ríos no pudo callar. Cayó como semilla para que Cuba, raíz y fruto, floreciera.

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