Los miro y no puedo evitar un estremecimiento interior. Tal vez sea la primera vez que se encuentran en una sala de tribunal. Por su avanzada edad, infiero que deben ser los abuelos del joven que comparece en calidad de acusado. Solo sé que sus rostros reflejan una marcada angustia, acaso mezclada con dolor y con vergüenza.
Por ahí, no hay duda, empieza a concretar parte de sus propósitos el juicio que con carácter ejemplarizante tiene lugar en la Sala Primera de lo Penal, perteneciente al Tribunal Provincial Popular en el cual ahora me encuentro.
Quizá sin toda la percepción real que amerita el delito relacionado con el uso de las drogas y sustancias similares, el muchacho no parece estar tan afligido.
Ojalá el seguimiento que se le venía dando, por tráfico de estupefacientes, no hubiese confirmado finalmente las sospechas. Ojalá los resultados no hubieran arrojado la presencia de fragmentos de papel, positivos a una de las modalidades de esas sustancias sintéticas que algunos denominan «químico». Ojalá desde mucho antes, dentro del hogar, esos mismos abuelos, padres, demás parientes, hubieran hecho lo que preventivamente a cada y a toda familia corresponde…
Observo ahora a los estudiantes de preuniversitario que han sido invitados a la vista oral, pública, y por sus rostros, por la atención que prestan, por alguna que otra muda mirada entre ellos mismos, me embarga la impresión de que no mucho, tal vez muy poco, posiblemente nada, se les ha hablado en casa, en la escuela, acerca de las muy lamentables consecuencias que puede traer el tráfico o el consumo de drogas para la salud, para la dignidad, para la vida, para el futuro…
No por casualidad, en el público hay también un grupo de representantes de la Federación de Mujeres Cubanas. Su rol es importantísimo a escala comunitaria, social. Pero, además, cada una de ellas puede ser mañana u hoy mismo, madre, hermana, esposa, cuñada, prima, entrañable amiga de alguien que incurre en esa nociva y vergonzosa praxis, desoyendo la información, consejos, ejemplos y la alerta que con regularidad hacen especialistas por medio de la prensa o en otros espacios.
Vuelvo a posar la mirada en el acusado y no me sorprende que, sin cruzar imaginariamente sus dedos, en señal de supuesta sinceridad, niegue rotundamente los hechos, la vía por la cual adquirió la sustancia, la identidad de quien la puso –cual mortífero detonante– en las mismas manos que muy bien pudieran llevar consigo un lápiz, empuñar un bate de beisbol o ganarse el pan, a tan temprana edad, sobre el volante de un vehículo, montando mesas de paneles solares, cultivando alimentos en el campo…
Miro, finalmente, el semblante de quienes representan a la defensa, la Fiscalía, el Tribunal, y admiro aún más la profesionalidad y el sentido humano de nuestros juristas. No necesito preguntarles nada. Sé que lamentan hechos como este. Tampoco será necesario el ruego de padres y familiares: a la hora de emitir el fallo tendrán muy en cuenta la regla especial vigente acerca de la edad.
Si así no fuera, entonces, sin violar nada de lo establecido, apegados a la ley, la sanción final pudiera estar por encima de los cinco años de privación de libertad con que concluye la sesión, acompañada de sanciones accesorias de privación de derechos y prohibición de salida del territorio nacional por igual periodo de tiempo.
Tranquilos. Durante el tiempo de internamiento, se hará todo lo justo y sensato para que ese muchacho no vuelva a incurrir en igual error (delito). Y una vez en libertad, habrá quienes se preocupen y ocupen de su adecuada reinserción, útil, en la sociedad.
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Manuel dijo:
1
29 de abril de 2025
15:20:29
Pastor dijo:
2
1 de mayo de 2025
00:18:49
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