ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA

«La vida no vale nada\ si cuatro caen por minuto\ y al final por el abuso\ se decide la jornada».

Como nos entrenamos y nos educamos en el ejercicio de pensar es cosa social, no circunscrito al individuo.

Para enseñarnos en un modo de pensar, actúan desde los parientes más cercanos, la escuela, el entorno fraternal, la colectividad al alcance inmediato o mediato, los medios de comunicación y el contenido, incluyendo la prensa, la radio, la televisión, las lecturas, la internet, las redes sociales, y probablemente la lista no se agote. Pensar no solo es un instrumento accionable, es además una cultura, y, como toda cultura, tiene una parte de creación, y tiene una parte de herencia.

Si le hacemos caso a Marx, para enseñarnos en un modo de pensar actúa, en última instancia determinante, la manera en que como colectivo reproducimos nuestra existencia material y, por tanto, esa herencia tiene también, en última instancia, un contenido clasista.

Es a la parte creativa de cada uno, a la que le toca subvertir -o no- la parte que se hereda y es por eso que a ella se dirige, embotándola o potenciándola, la maquinaria ideológica del poder, que es una forma de decir de la clase dominante.

La gigantesca maquinaria ideológica del capitalismo, esa creadora de falsas conciencias que, con maña (por viejo) de diablo, echa mano a todos esos mecanismos listados de crear modos de pensar, que reproduzcan la herencia del capitalismo, que en nuestros contextos significa la herencia «pertinaz» del colonialismo.

La razón por la cual he oído argüir, con alguna verdad, que la estupidez manda y la cultura escasea, es porque la estupidez no requiere ser educada, la cultura sí. La cultura, ya sea artística, literaria, científica, filosófica, económica, política, necesita entrenamiento, esfuerzo.

La estupidez, esa torpeza inducida en comprender las cosas, es resultado de un modo de pensar, que se basa en asumir toda experiencia desde lo reproductivo, sin creación alguna.

En cuanto una experiencia resulta inédita, la incapacidad creadora de la estupidez hace que lo nuevo no pueda descifrarse y el individuo no se adapte a ella. En consecuencia, la estupidez se refugia en la rigidez de un abordaje de lo inédito pretendiendo que la realidad se adapte a lo que ya se tiene programado.

La estupidez es un mecanismo de defensa evolutivamente afinado. Todos nos asustamos, en la oscuridad, del ruido de la brisa, herencia remota de cuando en las sabanas temíamos alguna fiera al acecho. Como instinto de conservación, la estupidez parece tener ventaja cuando el entorno social y ambiental en que vivimos, poco se diferencia del heredado.

Pero la estupidez, que imita al manso buey enyugado, nos hace, «en apagado bruto», comenzar una y otra vez la escala universal. El que por el contrario se rebela a la estupidez, en osadía condenada a la soledad de los inadaptados y la precariedad que ello conlleva, «como que crea, crece».

En esta batalla, que es la vida colectiva que nos ha tocado, la disyuntiva es escoger o el yugo de la estupidez, o la estrella creadora que ilumina y mata.

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