«Oiga; lo que yo soy se lo debo a Vilma».
Fue un Baraguá en miniatura salido de los labios de una oficial de la motorizada del Ministerio del Interior (Minint) en Guantánamo. La frase desconcertó al infractor, que acababa de confundir con «mangos bajitos» el trato cortés y el verbo persuasivo de la muchacha.
Veinte años atrás, la joven de esta historia era peluquera cuentapropista; pero los ojos se le fugaban detrás de cualquier compatriota suya vestida de militar. Era su anhelo, y un día salió a conquistarlo.
En busca del sueño, Magelis Rodríguez Romero pidió y encontró ayuda en la sede guantanamera de la Federación de Mujeres Cubanas (FMC). Luego, integró la Brigada Especial del Minint.
Poco tiempo después, pasó a la Unidad Provincial de Tránsito y, más tarde, se formó como «"caballito",… gracias a Vilma Espín, que reclamó un lugar para nosotras en esta importante fuerza; en la provincia ya somos seis», dice, con un mar de orgullo en los ojos.
Se puede intuir la fuerza que animó su respuesta ante el infractor que pretendía impunidad y, tarjetica de presentación en la mano, fue por «mango bajito» frente a la oficial, incitándola a «visitar este sitio donde tenemos cena estupenda; puede ir cuando quiera; sin costo alguno, claro, eso va por la casa».
«Guárdese el documento; no es de mi interés», le dijo la «caballito» al impostor que violó la señal de pare. La muchacha se dispuso a penalizarlo, y al percibir el tufo que desprendía la exploratoria insinuación del sujeto, su voz de miel lanzó fuego; otro amago indecente hacía aguas en la pureza de esta cubana que lleva década y media de servicio como agente del tránsito.
En ese tiempo, ella ha debido enfrentarse a los guiños sutiles que lanza el soborno desde algún que otro personaje perturbado por la manía de «puedelotodo», enfermedad generada por cierto caudal, a veces de procedencia dudosa.
¡Duros; hermosos avatares los de Magelis! Su relato desgranó las imágenes de otras tantas mujeres: Yusleidys Caisé, vigía de los sueños de Cuba en la Brigada de la Frontera; ¿cuántas noches de guardia en el frente, resistida a la tentación de ir en busca de Ethián, su pequeño de solo dos años?
Marianela, machetera de 25 campañas; Las Tanias, que entran al cafetal antes de las seis, al margen de si llueve o si truena. Ana María, que, ante el dilema de darle afecto a los niños en un hogar sin amparo familiar o perder la compañía de su incomprensivo marido, «me decidí por los inocentes».
Con todo ese altruismo y desinterés rondándome la cabeza, y a riesgo de ser mal interpretado, le pregunté a Magelis si, en medio de la estrechez cotidiana, no había sentido nunca la tentación de ceder ante ofrecimientos de un «todolopuede».
Ella respondió lo que, en otra circunstancia, y con hechos, había testimoniado Yoanna, quien cuidaba enfermos de COVID-19 mientras la madre se debatía entre la vida y la muerte en un hospital de La Habana.
La joven lloró ante las cámaras de televisión mientras relataba su drama, pero en su testimonio había una respuesta tan contundente como la que salió de los labios de la oficial Magelis; un remate al estilo Mireya Luis: «Nacimos de Vilma».
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