ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA

La calle San Lázaro se inclina levemente al pie de la escalinata universitaria hasta llegar a la explanada de la Punta. De niños visitamos los lugares históricos, sorprendidos a veces –las más– por las noticias de los sucesos y acontecimientos que nos narraban los mayores al detenernos ante las piedras del pasado.

La imagen del Rectorado, allá en lo alto, nos atraía como ninguna otra; quizá por el búho –guardián insomne– que estaba y está sobre el frontispicio. No sé si éramos conscientes o no de la posibilidad de traspasar algún día el luminoso atrio, y habitar como alumnos esa sagrada acrópolis habanera.

Nuestros juegos tuvieron, en no pocas oportunidades, lugar propicio en el severo parquecito donde, sobre un pedestal, se hallaba el busto de Julio Antonio Mella, que una mañana contemplamos afrentado, por ultraje que no dejó sin merecida respuesta la juventud.

San Lázaro otorgó su nombre a las canteras, ante cuyas piedras pusimos flores en las fechas patrias de mayor significación y, siguiendo ese hilo de Ariadna, nos quedamos impresionados ante los muros del cementerio de Espada –Jovellar– cubiertos de pátinas indefinibles, que eran el prólogo necesario para una historia mayor que solo pudimos valorar años después en su real magnitud.

Pero ninguno de los espacios abiertos de nuestra ciudad, en gran parte aún desconocida, era tan bello, ni permitía respirar a plenitud como el parque Maceo, con el torreoncillo llamado también de San Lázaro, delimitado al norte por el azul intenso del mar y a nuestras espaldas por las fachadas de la iglesia y colegio de la Inmaculada Concepción y la Casa de Beneficencia y Maternidad, sobre cuyas verdaderas funciones no podíamos hallar, ni siquiera comprender, las explicaciones de padres y maestros. Recuerdo que una vez, viniendo por la calle de Belascoaín en pos de las cálidas brisas de la tarde, vi encendida la mortecina luz de una lámpara sobre una puertecita entreabierta que nos mostraba en su interior el torno giratorio. Escuchamos entonces la narración de cómo, desde tiempos inmemoriales, eran colocados allí al amparo de las sombras, los niños cuyos padres no podían, por una u otra causa, enfrentar los deberes de la crianza.

Debí de quedar atónito; experimenté el horror de poder ser introducido en aquella máquina del tiempo, tras la cual las religiosas tratarían, como lo hicieron con tantos niños huérfanos, de forjar hombres y mujeres de bien.

El monumento al Lugarteniente General Antonio Maceo, al igual que la Universidad misma, no ha dejado de impresionarme desde que junto a mis compañeritos de escuela, aprendí a admirarlo. Para los niños que lo observan y dimensionan todo a su manera, y que pocas veces –como escribe Saint-Exupéry en El principito– pueden ser correctamente comprendidos por los mayores, aquellas esculturas parecían tener vida propia bajo el velo de un verde intenso, y significaban, según la maestra, los valores morales de la nación cubana. Lo más atractivo era sin lugar a dudas la estatua ecuestre, que desafiando las leyes de la gravedad, mostraba al jinete sereno que sostenía las bridas del corcel con una mano y con la otra el machete. Advertidos de que no podíamos irrumpir con nuestros retozos más allá de la primera grada, supimos que aquel caballo pudo ser el brioso Tizón o acaso Guajamón –que era fiero al entrar en batalla–, la veloz Concha o la incomparable yegua Gobernadora. La maestra nos explicó cómo vestía o se expresaba y cuáles eran los rasgos humanos del héroe. Solo los maestros pueden hacer saltar a sus discípulos por sobre el tiempo y llevarlos de la mano por los caminos de la historia.

Como en libro abierto, los altorrelieves del basamento nos trasladaron a las escenas y a los azares de su vida. Allí Mariana, la madre, en el juramento de toda la familia Maceo. Acá el General herido en los Mangos de Mejías, acabándose ya la Guerra de los Diez Años, y en otro cuadro, el choque tremendo de los ejércitos en Peralejo, pero ninguna escena tan conmovedora como la de la Protesta de Baraguá.

En ese monumento, como en todos los de noble y elevada inspiración, todo enseña, educa, exalta o lleva a la razón a explicarse el sentido de las cosas.

La Patria, como el supremo sentido del amor de sus hijos, aparece sobrevolando a una legión de héroes y heroínas que echan hacia adelante, en mar encrespado, una barca, para decirnos que contra toda adversidad el General y sus compañeros vinieron desde la proscripción o el exilio a la tierra que los vio nacer.

Cómo no recordar a aquellas mujeres que con sus palabras transparentes nos enseñaron, modelando nuestro espíritu; qué niño, qué joven podrá llegar a estos lugares sin hacer la reflexión a que nos obliga la memoria.

A nuestras maestras el beso de gratitud, que ha tiempo les debíamos. Para Blanquita, Silvia, Isolina, Arsenia y Migdalia, que siempre permanecen jóvenes para quienes una vez también fuimos sus niños.

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Benjamin dijo:

1

27 de agosto de 2019

16:47:03


Sin lugar a dudas Eusebio Leal, nos da una clase de historia, cuando habla del Parque -Maceo- sobre Antonio Maceo y Grajales, parece algo indescriptible, Martí, nuestro José Martí Pérez, nació en Occidente y murió en Oriente y el Gran Antonio Maceo y Grajales, nació en Santiago de Cuba, Oriente y murió en Occidente, así es Cuba, una sola, gracias Eusebio Leal, me hizo recordar el nombre de mi escuela,-Antonio Maceo y Grajales

Carlos dijo:

2

28 de agosto de 2019

14:01:23


mis saludos y mis respetos para tan excepcional cubano .salud y muchas bendiciones para usted

raúl Valdés Dorta dijo:

3

2 de septiembre de 2019

09:58:32


A este admirador de su persona y su hacer, le sigue sorprendiendo la altura de su magisterio, usted logra, atraves de su rememoración, poner al magisterio cubano en el camino a seguir, su frase "Solo los maestros pueden hacer saltar a sus discípulos por sobre el tiempo y llevarlos de la mano por los caminos de la historia." es genial, los maestros debemos al menos intentarlo. mucha salud y bienestar, que podamos seguir disfrutando su sapiencia por mucho tiempo.

Delfina López Bodes dijo:

4

5 de septiembre de 2019

11:11:09


Es indiscutible doctor, usted es un escultor de la palabra, pues la cincela, la pule, conmueve y aporta saberes incalculables

Villanueva dijo:

5

12 de septiembre de 2019

12:32:28


ojala, yo también disfrute de clases de historia así, se pudieran dar ahora cerca de los monumentos y lugares de la historia y tener la maestría, como usted, de darles vida. gracias