En la agenda de deseos para este nuevo año, quizá para muchos ocuparon un lugar privilegiado aquellos pequeños detalles que hacen más feliz nuestra cotidianidad: tener cuando lo necesitemos al doctor para sanar las heridas del cuerpo y la mente; hacer más eficiente nuestra fábrica, empresa o centro laboral; realizar gestiones menos turbulentas, porque cada cual haga lo que le corresponde; educación segura para nuestros hijos; un hogar sagrado donde siempre la familia nos espere.
Es simple trazarnos el camino, difícil es saber cómo llegar. Un principio claro es que esos anhelos no se dan por simple selección natural, pues dependen de nuestro sacrificio, y del sacrificio de otros. Por eso resulta regocijante ver cada mañana cómo se pinta el paisaje urbano o rural de cualquier territorio de Cuba, de hombres y mujeres que garantizan y preservan el sueño de todos.
La sorpresa fue este inicio de año, cuando solo habían pasado algunas horas de ese llamado a capítulo de nuestras aspiraciones. Una colega periodista llevó a su hija a la escuela el pasado 3 de enero, y junto a su Carmen, y los maestros, solo se encontraban en su aula seis niños. «Su mamá es de la generación de muchachos que aprendió de sus padres que a la escuela no se falta nunca», publicó asombrada la madre en su muro de Facebook.
A su vez, a la redacción de este rotativo llegaban las quejas de las familias porque en el centro educacional de sus niños, los directivos decidieron, por libre arbitrio, extender el comienzo de las clases hasta el 8 de enero.
Decir que fue la generalidad sería pecar de absolutos, de hecho muchos centros iniciaron sus clases el 3 de enero, como estaba indicado por la Dirección Provincial de Educación en la capital. No obstante, tampoco pueden pasar por alto los ejemplos contrarios. ¿Qué falló? ¿Cuáles son las causas de un fenómeno como este?, son preguntas en la conciencia de los padres que esos días faltaron al trabajo, de los niños con ganas de volver a la escuela, de los maestros que sí fueron a trabajar y sus alumnos nunca llegaron, de quienes pensaron iniciar el año con «el pie derecho».
Diversas son las miradas que se ofrecen en las redes sociales, de padres que justifican las ausencias de sus hijos con la temporada invernal, vacaciones laborales previstas para esa fecha o la visita de un familiar. Por su parte, en algunos centros que pospusieron el inicio de las clases, las explicaciones van desde la comodidad hasta la variopinta composición del claustro capitalino, en el que profesores de otras provincias del país apoyan el proceso docente-educativo, y en esta época del año viajan junto a su familia.
Lo cierto es que –más allá de casos puntuales– lo que no tiene explicación, ante un tema tan sensible, es la falta de responsabilidad, ese valor absolutamente ligado a la educación, indispensable si queremos formar un ciudadano comprometido con su país, su futuro y el de quienes lo rodean.
Si hoy existen maestros que exigen de los padres recoger a sus hijos temprano o no llevarlos a la institución docente; si algunos padres les quitan la razón a los docentes delante de sus hijos; si de alguna manera uno de estos eslabones se desentiende del otro en la educación de los niños y jóvenes, ello pasa por una mirada contempladora y dúctil de todos.
Porque aunque por repetido, no es un eslogan que la educación de nuestros hijos se decide en la efectividad del trinomio escuela-familia-comunidad. Mucho se ha insistido en el tema, pero tiene múltiples aristas. Se requiere menos paternalismo por parte de la familia; mayor compromiso de los docentes con la enseñanza, y más efectividad de las acciones para elevar su reconocimiento social; exigencia en las estructuras de dirección.
En la educación debemos sembrar hoy para recoger mañana los frutos de esa cosecha. No formaremos un joven exigente, disciplinado y trabajador para el futuro, si hoy ante el primer contratiempo hay una excusa para faltar a la escuela. No habrá educación de calidad si el maestro no es capaz de demostrar, con el ejemplo, lo realmente indispensable.
¿Cuestión de época?, se preguntan muchos. Y si bien es cierto que para nuestros padres y abuelos –permeados de un pasado donde la educación era privilegio de pocos– resultaba impensable dejar de asistir a clases; también lo es que, antes y ahora, son muchos los maestros y familias cubanas que surcan montañas y ríos en la serranía, se sobreponen a los infortunios de la naturaleza, para abrazar ese derecho conquistado con la Revolución que a veces subestimamos, y 264 millones de niños en el mundo no poseen.
Si algo puede resultar dañino y alarmante, son los valores que se (de)forman en nuestros hijos y alumnos con actitudes como las descritas, en un país donde, a pesar de las limitaciones y de lo apretado que ha visto su bolsillo, no se ha dejado de invertir y apostar por la educación. Pensemos, por un momento, que cumplimentar muchos de nuestros sueños para este año dependerá en buena medida del sentido de responsabilidad que tengamos. Y eso, alguna vez, se dirimió en el seno de la familia, o en un aula.


COMENTAR
Pedrito Guzmán dijo:
1
10 de enero de 2018
14:43:30
florentino blanco díaz dijo:
2
11 de enero de 2018
10:08:02
sachiel dijo:
3
11 de enero de 2018
11:41:05
yk dijo:
4
11 de enero de 2018
14:09:01
Ivis dijo:
5
11 de enero de 2018
14:37:47
Rene Respondió:
11 de enero de 2018
15:08:55
alina Respondió:
17 de enero de 2018
09:07:12
Milady Sànchez Mesa dijo:
6
11 de enero de 2018
14:44:49
Norma Elena dijo:
7
11 de enero de 2018
16:48:52
Alberto Chaviano dijo:
8
12 de enero de 2018
05:05:36
ntq dijo:
9
12 de enero de 2018
11:48:40
Alejandro dijo:
10
12 de enero de 2018
15:26:07
Wilfredo dijo:
11
16 de enero de 2018
09:24:44
jotajota dijo:
12
18 de enero de 2018
13:06:27
MSc. María Cardoso Cárdenas dijo:
13
22 de enero de 2018
15:48:15
Responder comentario