
Buscaba con urgente afán un poco de zanahoria, para reemplazar en la dieta los preferidos vegetales verdes, por ahora para mí prohibidos a causa de un medicamento prescrito y evitar así males mayores. Era en uno de esos concurridos sábados de ofertas y demandas y después de recorrer mercados habaneros, en los que falta lo que no debería faltar, como suele ocurrir, terminé acudiendo al «agro-boutique» de Plaza, un calificativo que se ha ganado entre forzados parroquianos el establecimiento de b y 19.
Y sí, en efecto, allí estaba lo ansiosamente buscado aunque fuera en versión caricaturesca. Esto es, en unidades sueltas, flacuchas, menguadas, arrugadas con zonas negruzcas, tal vez por almacenadas en frío, extendidas sobre una exclusiva tarima. Algo que se parezca es mejor que nada, me dije, en ejercicio de autoconsuelo, y entonces vino el capítulo más sensacional, cuando pregunté el precio y del otro lado del mostrador me respondieron, sin ningún recato ni sonrojo, cual puñetazo en pleno rostro, que a 50 pesos la libra.
Para suerte de mi propia salud, inesperadamente, reaccioné con una sonora carcajada puesto que me pareció el más original chiste siniestro de la mañana, mientras al lado mío una humilde mujer escarbaba entre la encarecida mercancía en búsqueda de dos piezas aprovechables para el puré de su hijito y por el que pagó más de 20 pesos.
De haber podido extender la saludable compra vegetariana, ella hubiera tenido que pagar la malanga a diez pesos la libra, escuálidos pepinos a 20 pesos, paliducho brócoli a 40, liliputienses y magullados pimientos a 25, la cebolla a igual valor aunque en las calles circulan a «pululu» vendedores de ristras que se van muchas veces sin haberlo liquidado todo, y sin que evidentemente rija para nada la ley de la oferta y la demanda.
Así las cosas, esta modesta compradora media se gastaría, en una simple estancia, que se repetirá sin falta, alrededor de 100 pesos y más, lo que equivale a un cuarto o un tercio de un salario ordinario de quienes dependen solo de un inconmovible sueldo estatal y carente de inescrupulosos «inventos» adicionales o vulgarmente dicho: «luchándolo».
Bien sabemos todos de la perenne preocupación de la dirección del país y sus continuos llamados por elevar las ofertas en los distintos mercados y ferias, de los frecuentes recorridos de dirigentes por los surcos para tocar la situación y alentar esfuerzos productivos, de la política de entrega de tierras a cultivadores privados, de los evocados costos de fertilizantes e insumos, transportación, frutos sin recoger y otros etcéteras de intención explicativa, con frecuencia de facturación burocrática. Tampoco han faltado las inculpaciones alternativas a las sequías y al exceso de lluvia, y peor aún si azotan ciclones.
Pero a fin de cuentas, y después de tanto decir y argumentarse en los espacios pertinentes, incluyendo foros y medios informativos, lo que más se palpa es la insatisfacción de quienes acuden a los agros, ya sean hasta estatales y los llamados topados, ensayando malabarismos con los limitados pesos disponibles para adquirir esenciales productos alimentarios, las más de las veces sin la mínima calidad requerida.
En verdad el agro-boutique de referencia disfruta siempre de un público infaltable. Enhorabuena para turistas visitantes, extranjeros residentes, y para quienes, montados en la pirámide invertida de nuestra sociedad, adquieren de todo y en cantidades sin que les tiemble el pulso ni la billetera.
Pero para Pánfilo el jubilado y muchos equivalentes más, lo suyo es otra historia, la de los precios y los asombros, la de mírame y no me toques. Y en el mejor de los casos la de aguardar por ofertas a su alcance, develar al fin lo que falta por hacerse, cambiar y aplicar con tanta tierra cultivable en el país, para poder adquirir una zanahoria que merezca llamarse así.


COMENTAR
Loriet dijo:
1
10 de noviembre de 2017
14:11:14
Responder comentario