ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA

Ayer volví a tener diez años. La música del popular director francés Paul Mauriat me transportó  con imágenes precisas a un tiempo que me rehace, porque la niñez nunca nos abandona del todo y en ella se enraízan las semillas de lo que después llegamos a ser.

Los recuerdos guardados aparecen de pronto con efecto deja vu. Los temas de El padrino o Los paraguas de Cherburgo, Love is blue, Penélope… me ubican en la salita feliz donde también jugué al ballet, canté canciones y recité poemas aprendidos para la escuela. Veo otra vez la grabadora rusa de cintas que mi padre persiguió hasta conseguirla, y de ella sale una  melodía cuya belleza me estremece aun en estos tiempos.

Entonces a la par que enjuago la ropa se me inflama el pecho y el sonido me contorsiona hondo. Otras emociones se suman y las más recientes tienen también que ver con aquellas memorias primarias que fraguaron la estima y sirven hoy para medir el valor del presente.

Estoy ocupada, miles de cosas por hacer me esperan, pero quiero contarle a mi padre. “Lo llamo luego”, pienso. Pero tal vez se me olvide, o no consiga describir más tarde lo que siento ahora, escuchando todo eso que le debo sin que él lo sepa. Me seco las manos, tomo el teléfono y al fin le digo.

Una risa nerviosa se le siente, pero no es guasa. No estamos acostumbrados a oír con frecuencia de los otros cuánto le hemos aportado, cuán importantes hemos sido, o qué mínimo detalle nuestro ha servido alguna vez para atemperar o infundir un estado anímico, para encender el ímpetu, para soltar las velas. Escuchar esas confidencias nos sonroja, y nos hace un bien que dura largo, saca a flote buenos saldos, nos incita a actuar en grande.

Pero si es poco común recibirlo, también lo es expresarlo. Dados más a presumir de lo que se nos debe, y a sobredimensionar lo que damos, descuidamos valorar lo que por no­so­tros se hace, lo que nos llega a veces con mucho sacrificio y creemos que para tenerlo solo hubo que mover un dedo. Una arrellanada postura que trasciende todos los niveles, desde las más íntimas relaciones familiares, afectivas y amistosas hasta desestimar con el aplomo de la ingratitud y la ausencia del sentido de justicia los provechos de un determinado proyecto social.

La vanidad inútil, como aquella que describiera en su rima XXX Gustavo Adolfo Bécquer —Yo voy por un camino, ella por otro / Pero al pensar en nuestro mutuo amor / Yo digo aún ¿por qué callé aquel día? / Ella dirá: ¿Por qué no lloré yo?— puede ser la ruptura definitiva de un buen afecto. Muchos desencuentros no lo serían si la manifestación conciliatoria de la palabra se dispusiera a conseguirlo.
Sin convertirnos en máquinas de adulación muy buenos resultados pueden salir de una comunicación que contemple la consideración hacia lo que otros —directa o indirectamente— hacen para beneficiarnos.

La confesión regocija y cuando media la sinceridad, a la vez que humaniza, ofrece al declarador un porte espiritualmente galante. No en balde en la recta final de la vida, díganse la edad longeva o la de los últimos instantes conscientes, suele adoptarse este envite, y se busca a aquel que no ha escuchado aún la revelación atragantada, como si hacerlo nos aligerara el andar.

No esperemos las etapas postreras para reconocer que si el gorro abriga a la cabeza, este a su vez recoge el calor que ella le proporciona. Agradecer —y decirlo cuando es prudente— puede convertirse en un ejercicio natural que en nada nos disminuye. No lo dejes para luego, toma el teléfono, tuerce el rumbo habitual si es preciso, deja que se te escape libre y sin reservas esa voz generosa que mal escondes porque siendo una dádiva ya no te pertenece.

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Madeleine dijo:

21

17 de agosto de 2016

12:56:25


Hola a todos: No había visto los comentarios más recientes, los de Lily, Manolo y Erlin José. Estuve de vacaciones y por otra parte hace ya un tiempecito que escribí este trabajo. Lily, te respondo: Para mí es muy importante saber la opinión de los lectores, porque es un medidor de mi trabajo, y muchas veces ustedes hacen observaciones muy precisas, que no deben obviarse. Mi familia, sí creo que está orgullosa de mí, pero más que todo es por el amor que les doy a todos. El ritmo de entrega de mis trabajos no siempre es el mismo. A veces se me pegan varios, otras veces me demoro un poco, pero siempre regreso a las páginas de Opinión, me encanta poder hacerlo. Manolo: Ta vez no directamente yo participe en la sección política, pero todo esto de lo que yo escribo es política también.. Lo que en dependencia del punto de vista en que se mire. Todo lo que haga mejores a las personas, los invite a ser dignos, decentes, a que estimulen los mecanismos del amor en cualquiera de sus manifestaciones es una forma de hacer política. Recuerde que sin valores, sin generosidad… podridos de maldad, no podemos estar nunca del lado de las causas nobles del mundo. Y por último Erlin José: Gracias por tus halagos. Pero si hubiera cumplido 10 no podría escribir estas cosas que parten de la experiencia de la vida. En mi caso, aunque siempre escribí o “en otros formatos”, siempre estuve cerca de la palabra que se dirige a muchos, se me da mejor hacerlo ahora, casi en la media rueda. Gracias a todos, nos vemos pronto por aquí, que la palabra nos espera, tenemos todos mucho que decir…