Hace apenas unos días visité de manera casual el hospital materno Ana Betancourt de Mora, de Camagüey, específicamente el espacioso y confortable salón de espera para familiares, habilitado para tales fines donde otrora hubo una nave en desuso.
Gracias al programa de reparación de la septuagenaria institución hospitalaria, el local disponía de servicio de información, cafetería, cómodas butacas, baños, teléfonos, televisión y bebedero de agua fría, entre otras opciones.
Sin embargo, transcurridos dos años apenas de su apertura la situación es otra: faltan tablillas de cristal en los ventanales, se han robado herrajes de los baños, las puertas de las cabinas telefónicas están en mal estado y del bebedero solo queda la toma.
Fruto de la desidia y la indolencia, el confort a disposición de las personas que allí acuden cede espacio a ritmo acelerado a un ambiente de progresivo deterioro, perceptible tan pronto se accede al local por la cantidad de telarañas en paredes y techos.
¿Quién responde por la custodia de esos bienes? A saber, el salón de espera cuenta con un equipo de trabajo, pero lejos de sentirse aludidos ante lo que sucede, sus integrantes solo se limitan a culpar a otros por acciones tan deplorables.
Un detalle: a escasos cuatro o cinco metros de donde han desaparecido las tablillas de los ventanales, existe un puesto de servicio de guardia que a todas luces no se percata de lo que allí ocurre o, a lo mejor, no forma parte de sus deberes funcionales.
Es cierto que hay ciudadanos que irrespetan las más elementales normas de convivencia, maltratan la propiedad social o roban sin medir las consecuencias de sus actos, pero frente a tales manifestaciones deben prevalecer el control y la exigencia.
Muy diferente es la experiencia que he tenido en similar servicio del hospital provincial Manuel Ascunce Domenech, donde las jefas de turno y hasta las auxiliares de limpieza se enfrentan con valentía a quienes pretenden destruir lo que tanto ha costado.
De otra manera no puede preservarse en el tiempo, para bien del propio pueblo, todo lo que en los últimos años se ha hecho para recuperar las instituciones hospitalarias y darles vitalidad y poder resolutivo a sus múltiples servicios.
Es evidente que falta, además, una bien pensada política de mantenimiento que vaya detrás de cada rotura, cada tornillo que se afloje, cada pared que se despinte, para evitar que se acumulen los problemas y todo retorne al punto inicial de deterioro insostenible.
Luego de más de siete décadas de explotación, la propia Maternidad exhibe hoy una imagen harto diferente: se restauraron las salas de hospitalización, el servicio de neonatología, el banco de leche, el cuerpo de guardia, la lavandería, la cocina, la casa de caldera, los comedores…
Una inversión de gran complejidad y costosa, que movilizó a cientos de trabajadores de decenas de empresas y organismos del territorio, para de manera conjunta y en estrecha cooperación ofrecerles ese hermoso y necesario regalo a las mujeres camagüeyanas.
Queda entonces, por parte de los trabajadores de la Salud, el deber primero de aprovechar los beneficios recibidos en el orden material para ofrecer un servicio de calidad, unido a la exigencia, el control y el desvelo por el cuidado de cada una de las instalaciones.
Actitudes y modos de hacer, que sobre la base del ejemplo personal deben trasladar también a los pacientes, acompañantes y visitas, para que tantos recursos invertidos no se destruyan y perdure la obra buena que es, a fin de cuentas, lo más importante.
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Rolando dijo:
1
7 de mayo de 2015
23:51:37
Iván O. Hernández dijo:
2
8 de mayo de 2015
07:53:19
fernando lopez dijo:
3
11 de mayo de 2015
04:49:09
yadira dijo:
4
13 de mayo de 2015
15:14:04
Jorge Cabrera Marquez dijo:
5
13 de mayo de 2015
15:50:15
mabel dijo:
6
1 de junio de 2015
15:39:55
Dayami Blanco Batista dijo:
7
2 de junio de 2015
10:03:43
pedro almanza dijo:
8
5 de julio de 2015
11:12:22
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