
Cuando solicitamos un servicio, nos satisface ser atendidos con agrado y respeto. Si sentimos displicencia en quien debe esmerarse en su labor, nos embarga la justa incomodidad.
Ahora bien, intentemos ocupar por unos minutos el lado opuesto de la imaginaria línea que separa al consumidor del suministrador, cuando este último es el vilipendiado, es despreciado por la desconsideración de quien reclama, en forma descompuesta, una atención.
Días atrás observé esta imagen en el parque de diversiones La Maestranza, en la renovada Avenida del Puerto. Llegó una madre tirando de la mano de su niña que —según afirmó— no había cumplido los siete años de vida. Sin preguntarle a la trabajadora a cargo de la instalación inflable (en el lugar existen varias para diferentes edades) si su hija podía ser admitida allí, la joven comenzó a incitar a la pequeña para que entrara “a la cañona”, pues los demás muchachos ya entregaban uno por uno sus boletos, en tanto la suya no podía quedarse atrás.
La encargada solo le preguntó la edad de su hija, y cuando supo que estaba por debajo del rango de 7-9 años para permitirle el acceso a aquella instalación, intentó indicarle que se dirigiera a la correcta. La madre reaccionó incómoda, sin escuchar cuando la trabajadora le dijo que la iba a orientar.
Gestos bruscos al aire y un giro abrupto tomando de la mano a la nena, fue la respuesta de la progenitora mientras daba la espalda.
Aquel desafuero sufrido por Dalia Jiménez (fundadora del parque inflable de La Maestranza el 25 de agosto del 2001), no impidió que atendiera a otras personas que aguardaron por la información acerca de en cuál de los equipos podían disfrutar sus hijos.
Casi al unísono con el anterior episodio, creyéndose muy sagaz, un padre azuzaba a su pequeño para que se “colara” por uno de los espacios de la cerca perimetral, sin entregar el boleto sostenido en su mano derecha, por el que había pagado tres pesos en moneda nacional.
Parecerá difícil de creer, pero resultó el varoncito, visiblemente apenado ante la presión que su papá le ejercía para obligarlo a burlar la disciplina, quien se resistió a obedecerle. No rebasaba los siete años, y fue una pena ver aquella irresponsabilidad del mayor en momentos dados para educar, modelar, e inculcar la decencia y la honestidad a nuestros herederos.
Quizá si el benjamín finalmente se hubiera “colado” sin entregar la entrada, su progenitor se regocijara muy contento de sí mismo y de las “habilidades” confiadas al retoño. Hoy, cuando tiene seis o siete años, tal vez algunos vean como algo simpático que un casi recién llegado a la vida muestre semejantes mañas para engañar a los mayores, pero ese chico audaz pasará por la escuela y, cuando menos lo imaginemos, será un hombre hecho, pero posiblemente no derecho.
Solo 15 minutos hablé con Dalia Jiménez, una de esas personas que te miran de frente cuando se expresan. Me confesó su amor por los niños; también es una protectora de los animales, de hecho cuida a algunos de los que vagan por los alrededores de La Maestranza y se molesta sobremanera si alguien abusa de ellos.
Esa misma sensibilidad le hizo confiarme su dolor por el irrespeto de quienes creen poseer patentes para maltratar y vilipendiar a los demás.
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Manolon dijo:
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26 de diciembre de 2014
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alfonso nacianceno dijo:
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ania dijo:
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26 de diciembre de 2014
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28 de diciembre de 2014
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CUBICHE dijo:
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29 de diciembre de 2014
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lizette llabres dijo:
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30 de diciembre de 2014
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30 de diciembre de 2014
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José Molina Vidal dijo:
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31 de diciembre de 2014
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José Molina Vidal dijo:
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José Molina Vidal dijo:
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31 de diciembre de 2014
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