
Ocurrió una mañana lejana, cuando aún cursaba mis primeros años de estudios en la universidad. Ya en la parada, una señora mayor pidió el último de la cola, desde lejos, y desde mi inocencia respondí: ¡Abuela, soy yo…!
Entonces el cielo se abrió, tronó sin truenos y en vez de un rayo me cayó encima un vendaval con ojos, que señalándome con un dedo enorme me increpó enfadada ¿Quién te dijo que soy tu abuela?
Bueno, yo…, traté de responder. Pero la tigresa herida no dio tiempo a nada. No quiero explicaciones. A ver, ¿qué edad tú tienes? ¿19? Ves que no tienes edad para ser mi nieto. Falta de respeto…
Tamaña reacción me desconcertó, apenas atinaba a escuchar, solo trataba de revisar, en cámara rápida, mis palabras anteriores buscando la mecha de la dinamita.
El listado de improperios no creció porque afortunadamente llegó el ómnibus. Detrás quedó la señora, disgustada, mirándome con una ceja levantada mientras yo me perdía, cavilando, tratando de comprender por qué esa enérgica mujer se ofendía ante una similitud tan tierna.
Atrincherado en el fundamento juvenil analicé la complejidad de los seres humanos y concluí en que la superación del paso de los años tomaba su tiempo aun cuando se hiciera de diferentes maneras.
Al descontar calendarios aprendí que mientras para algunos las canas son sinónimos de metas cumplidas, para otros es el primer síntoma de alarma. Hay quien, al preferir el cuerpo sano en mente sana, gusta de los ejercicios al aire libre, dieta balanceada y cero estrés, mas otros al perseguir el mismo objetivo, se inclinan por los “milagros” que el bisturí o los renovados tratamientos faciales y corporales pueden lograr.
Mientras que algunos se deprimen ante los mensajes del reloj biológico (llámese espejo), otros aceptan el paso del tiempo con naturalidad y agradecen a la vida el despertar cada mañana para continuar un día más junto a las personas amadas.
Las experiencias del arribo a estadios superiores de la vida las reflejó sabiamente el cantautor Pablo Milanés en su tema de 1984, Ya se va aquella edad: Ya se va aquella edad, / que al elegir te encontrarás / si soñar, frente a tu propia imagen / ya en un viaje del que jamás regresarás.
Aceptar que nos estamos poniendo viejos, por fuera, es un proceso complejo. Según el punto de vista de cada cual puede ser lento, natural, doloroso, necesario, dichoso o solo un “trámite” más.
No fue hasta hace pocas semanas, que regresando a casa recordé de golpe a aquella señora de la anécdota en la parada, cuando el chofer del “almendrón” en que viajaba me espetó en tono jocoso: “Mi padre, no me tire la puerta al bajarse”.
Entonces lo comprendí todo, me solidaricé con ella, y como antaño, volvió a abrirse el cielo, tronó sin tronar, y un vendaval con ojos se le fue encima al que manejaba el viejo carro americano.


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Yanier dijo:
21
4 de septiembre de 2014
15:03:32
Mayara Mora dijo:
22
4 de septiembre de 2014
15:41:47
Renan dijo:
23
9 de septiembre de 2014
16:45:21
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