El Día Internacional de los Derechos Humanos se supone una jornada para hablar de respeto a todas las personas. También debía ser la fecha en que se proclame ante el mundo que no se cometen crímenes, no se bombardea a poblaciones civiles ni a barcos de humildes pescadores, como ocurre en Gaza o en el sur del mar Caribe.
Cómo entender entonces, entre otras cosas, que precisamente cuando la humanidad recuerda, con bochorno y desesperanza, la categoría Derechos Humanos, un fascista, envíe a sus militares para asaltar, como lo hicieron, la sede –que debía ser sagrada–, de la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados Palestinos (Unrwa), en Jerusalén Este.
Durante la incursión se introdujeron motocicletas, camiones y carretillas elevadoras, se interrumpieron todas las comunicaciones y se incautaron muebles, equipos informáticos y otros bienes de la organización. Además, la bandera de Naciones Unidas fue arriada y sustituida por la israelí, en un acto que supone un desprecio a las obligaciones de Israel que, como Estado miembro de la ONU, debe respetar y proteger la inviolabilidad de las instalaciones de la organización mundial.
¿Por qué las fuerzas sionistas escenifican tales hechos? A una pregunta sencilla, una respuesta similar: Israel actúa así, porque se siente protegido totalmente por el Gobierno de Estados Unidos.
Netanyahu es un asesino que se burla de la humanidad toda, no respeta ningún acuerdo de la onu ni de otras instituciones internacionales, lo que se comprueba todos los días, cuando siguen sumando los asesinatos en Gaza y las muertes por hambre, debido a que Israel no deja entrar la ayuda humanitaria internacional para esa población, víctima de un genocidio.
Dos días antes de esa acción fascista, la Asamblea General de la ONU había aprobado, por 151 votos a favor, ampliar el mandato, por otros tres años de la Unrwa en suelo palestino.
Estos hechos ocurrieron mientras la administración estadounidense ya dio por terminada la guerra en Gaza, y el propio Donald Trump la sumó a su lista de éxitos, que constituyen las más burdas mentiras.
Mientras la bandera de Israel ondea en territorio palestino ocupado y en una institución oficial de la ONU en Jerusalén, Washington infesta de armas y militares el sur del mar Caribe, donde sus cohetes ya han asesinado a 82 personas acusadas de traficar drogas sin que los militares estadounidenses hayan mostrado, hasta el día de hoy, alguna evidencia de ello, aunque solo fuese un gramo de algún estupefaciente.
Trump, según él, el más respetuoso de los «derechos humanos», no conforme con amenazar y acusar a Venezuela con infames pretextos para apoderarse de sus recursos petrolíferos, ahora dio un paso más en su plan y –cual película del Oeste estadounidense– ordenó asaltar un petrolero en aguas venezolanas, y proclamó al mundo que se apoderará del carguero y de su crudo. Es decir, una expresión abierta de otro atributo del magnate republicano, creído dueño del mundo: un gran robo.















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