ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA

La guerra es un asunto complejo y multidimensional, que suele abordarse desde diferentes perspectivas: filosóficas, históricas y sicológicas. Una de sus grandes contradicciones reside en la paradoja entre la planificación metódica, el caos resultante, y la dimensión existencial del sufrimiento humano.

Una pregunta que siempre nos hacemos es si la guerra es inherente a la condición humana; muchos pensadores prefieren responder afirmativamente a esa interrogante.

Claro, se trata quizá de la manifestación más extrema y dramática de la condición humana, que ha persistido a lo largo de la historia de la sociedad dividida en clases, moldeando imperios, aniquilando culturas y definiendo el destino de la especie.

Para Karl Marx, la guerra era una manifestación de la lucha de clases y los intereses económicos, un fenómeno de la superestructura que está determinado por la infraestructura económica. Mientras, Vladímir Ilich Lenin argumentó que el capitalismo, en su fase monopolista (imperialismo), se ve obligado a luchar por el reparto y nuevo reparto del mundo, de sus colonias y de sus recursos.

Para Lenin, la guerra no es un accidente, sino una consecuencia inevitable e inherente al capitalismo en su etapa final. Su consigna «Transformar la Guerra Imperialista en Guerra Revolucionaria» llamaba a los trabajadores de todas las naciones a no luchar entre sí por los intereses de sus burguesías, sino a volver sus armas contra sus opresores.

Si buscamos atrás en la historia, el concepto de guerra fue evolucionando del principio cósmico (Heráclito) al arte estratégico (Sun Tzu), de instrumento del Príncipe (Maquiavelo) a instrumento del Estado (Clausewitz) y, finalmente, a las ideas de Marx y Lenin. Cada uno muestra una faceta diferente de ese fenómeno complejo.

Hoy el mundo se debate entre la vida y la muerte. Sobre el tablero geopolítico se juegan los destinos de la humanidad. Por ejemplo, sobre los campos de Ucrania se define el futuro: en dependencia de las decisiones de los políticos occidentales, de la firmeza y claridad de Rusia, será el camino que se tome, el de la paz o el del desastre.

En el Caribe sucede otro tanto. Acostumbrado a «dialogar» con las cañoneras, el viejo imperio habla de robar los recursos a Venezuela con verdadero desparpajo. De las decisiones de los halcones de Washington va a depender su futuro: se incendia todo un continente, que declararía inevitablemente su segunda independencia, o se alcanza la paz. No hay más opciones.

Optar por la violencia provocaría la caída del imperio, que sería brutal, exterminadora, mientras la paz daría un respiro, permitiría un acuerdo basado en el respeto. El desplome –inevitable– sería más suave, menos traumático.

Las guerras, rara vez, acaban.

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