ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Foto: Prensa Latina

Incluso desde el propio nombre, el Caribe ha sido un territorio en disputa física y simbólica. Lo era antes de la llegada de los europeos, lo fue más aún durante la conquista y lo continuó siendo, por momentos, a niveles muy agudos, durante la colonia.

No es menor pensar en el dato del nombre, porque el cómo llamar las cosas también va cruzado por violencias, por la historia de esas violencias y por el triunfo de unos entendimientos sobre otros.

¿Por qué un territorio que durante los primeros siglos de colonia fuera llamado «Mar de las Antillas» acabó asumiendo otra nomenclatura?

El nombre de Caribe llega de la resistencia anticolonial más temprana, pues fue ese grupo originario el que mayor oposición presentó al desplazamiento de Europa por nuestras ínsulas.

Otros también pelearon. Otros también dieron primerísimas muestras de rebeldía ante el hombre «blanco» que llegaba de lejos; pero más de dos siglos después, solo los Caribes continuaban sitiando determinadas islas, a las cuales ni con armas de fuego, ni con caballos, ni con armaduras se había podido doblegar.

En el sentido común y en el buen sentido, acabó asentándose que este mar era de Antillas, sí, pero más aún era de Caribes.

La idea del Caribe como legado histórico con el tiempo entró en grandes discusiones identitarias que también implicaron violencia, porque se dieron, sobre todo, en el marco finisecular de nuestras luchas de liberación y hasta de sus pendientes, y de nuestros encarnizados intentos de que no quedase pendiente alguno si de libertad en el Caribe se hablaba.

Roberto Fernández Retamar sintetizó en la década de los 70 la vocación Caribe de la emancipación de nuestros pueblos, cuando los situaba como herederos de Caliban, cuando hablaba del derecho a la rabia, que venía estrechamente ligado al derecho a ser, frente a la interrogante, más o menos piadosa, de: ¿acaso existen ustedes?

En los 80, Rubén Blades y Willie Colón cantaban al Caribe y, sobre todo, al «Tiburón de mala suerte» que iba buscando no se sabía bien qué en la orilla y la arena, acechando constantemente, sin dormir ni dejar dormir al resto.

Fue un himno, también de resistencia antineocolonial, con líneas contundentes como «respeta mi bandera», «palo pa’ que aprenda», «pa’ que vea que en el Caribe no se duerme el camarón», «vamo’ a darle duro sin vacilación, en la unión esta la fuerza y nuestra salvación».

Y hay que decir que el Caribe sigue siendo, desde muchas de sus esquinas, un terreno en disputa, en riesgo, con hartos pendientes aún, a pesar de encarnizados intentos, en cuanto a la liberación toda.

Pero también hay que decir que, mientras el «tiburón» continúa dando vueltas, llegan barcos a Santiago de Cuba desde Venezuela y Colombia, y arriban médicos y maestros cubanos a las intríngulis de Caracas y de Honduras y de México y de las pequeñas Antillas…

No son dos Caribes distintos. Es el mismo, que con una mano se defiende y seca la lágrima por la última lancha reventada «desde arriba»; y con la otra se da el tiempo y el derecho de estrechar un abrazo.

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