«Todavía», repetía casi en cada línea del poema Aspiración, porque Agostinho Neto soñaba la independencia de su tierra en versos.
Aún faltaba mucho para aquel 11 de noviembre de 1975, en que Angola dejaría de ser colonia portuguesa para ejercer, por unos cuantos años, como terreno en disputa entre el emblema de la liberación nacional y el de nuevas formas de depredación extranjera.
Agostinho decía eso, «todavía», que en portugués se escucha aínda, y desde el castellano huele a sueño, a advenimiento, a desesperación o al nombre del poema mismo.
Durante mucho tiempo hubo que ser poeta en buena parte del mundo para imaginarse libre, para soñarse igual, para pensarse cierto en futuros, porque la libertad, la igualdad y el futuro eran como prendas caras, solo vendibles y comprables en barrios desconocidos.
Durante mucho tiempo los poetas, al menos algunos, llamaron a las armas y hasta las encabezaron, porque no se conformaban con la sola palabra adolorida o con la estampa como armas únicas contra la miseria; porque de tan poetas, entendieron que, en sus versos, para ser completos, debía ir la consagración de un mundo, más que tres o cuatro estrofas.
En sus poesías no estaba solo la queja, porque en sus poesías estaba todo: cómo se iba a poder mirar, cómo se iba a poder querer, qué renuncias serían necesarias, qué puertas abrir o cerrar, la plenitud de la vida, la felicidad como método de existencia y no como recurso limitado, y la belleza de herramienta de combate.
Había sido poeta el cubano José Martí, y el ruso Mayakovski y el español Miguel Hernández; lo estaba siendo el salvadoreño Roque Dalton; y hasta a escondidas, en sus espacios más íntimos, el ciudadano del mundo, Ernesto Guevara.
Neto también era un poeta en medio de los torbellinos de su revolución y empleaba ese «todavía» con una furia y beldad únicas:
«Todavía la vida mía ofrecida a la vida. Todavía mi deseo. Todavía mi sueño, mi grito, mi brazo, para apoyar mi querer. Y en los barracones, en las casas, en los suburbios de las ciudades, más allá de las fronteras, en los rincones oscuros de las casas ricas, donde los negros murmuran: Todavía».
Con los versos, Agostinho Neto también llamó a «Crear». ¿Dónde? En el espíritu, en el músculo, en el nervio, en el hombre, en la masa, sobre la profanación de la selva, sobre la fortaleza impúdica del látigo, sobre el perfume de los troncos aserrados.
¿Qué y dónde? Carcajadas sobre el escarnio de la palmatoria, oraje en las puntas de las botas del colono, fuerza en los restos de las puertas violentadas, firmeza en la roja sangre de la inseguridad, estrellas sobre el hacha guerrera, paz sobre el llanto de los niños, paz sobre el sudor sobre la lágrima sobre el contrato, paz sobre el odio, libertad en los caminos esclavos, vínculos de amor en las sendas paganizadas del amor, sones festivos sobre el balanceo de los cuerpos en horcas simuladas… ¿Cómo? Con los ojos secos.
Hay que sentir orgullo –y no menos– de haber acompañado ciertos versos, a determinados poetas. Orgullo de quererlos.















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