La región de América Latina y el Caribe (ALC) muestra avances notables en su transformación tecnológica; pero, por el rumbo actual, las mejoras relativas serán insuficientes en términos de progreso humano, con equidad social.
Evaluaciones del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) distinguen, entre los aciertos, la expansión de la infraestructura digital básica y la rápida introducción de la inteligencia artificial (IA) en diversas esferas.
No obstante, la apropiación resulta heterogénea y refuerza añejas disparidades en la zona, en la que se conjugan «vulnerabilidades estructurales profundamente arraigadas, altos niveles de incertidumbre y una creciente exposición a shocks más frecuentes, intensos e interconectados», expuso la directora regional del PNUD para el área, Michelle Muschett.
En su informe anual de 2025 –Bajo presión: Recalibrando el futuro del desarrollo–, el organismo demostró la persistencia de rezagos en infraestructuras y competencias sofisticadas, al considerar cuestiones como la conectividad, la asequibilidad y las habilidades humanas.
Solo el 2,0 % de la población latinoamericana y caribeña posee acceso a redes 5g; mientras el índice asciende a un 28 % en el ámbito de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), compuesta por 38 países, entre ellos, Estados Unidos, Reino Unido, Francia y Alemania, ejemplificó.
En esta parte del orbe, los costos de la banda ancha son cuatro veces más elevados y representan el 5,4 % del ingreso per cápita promedio regional, frente al 1,3 % en la OCDE, reveló la comparación.
Entre países de ALC, y en el interior de cada uno, también hay diferencias: Los hogares de altos ingresos tienen, como promedio, casi el doble de probabilidades de tener acceso a Internet que los más pobres (85 % frente a 46). Una brecha similar se observa al evaluar los núcleos familiares urbanos y rurales (75 % y 36 %, respectivamente), ilustró la pesquisa.
Otro fenómeno en ascenso es el llamado trabajo «gig»; es decir, distintas faenas cortas con pagos por tareas, coordinadas a través de plataformas en línea, y que suelen incluir entregas de mensajería, transporte, asistencia doméstica y servicios profesionales en línea.
En vez de representar una fuente secundaria de ingresos personales, incontables jóvenes y migrantes viven de esos encargos ocasionales, lo cual reproduce los patrones de precariedad e informalidad laboral.
De acuerdo con el PNUD, la ausencia de marcos normativos deja a estos trabajadores sin una protección social adecuada, y solo entre el 27 y el 65 % de ellos contribuye a los sistemas de jubilaciones y pensiones, en muchos casos de forma autofinanciada.
Nadie podría negar las ventajas de los dispositivos electrónicos; sin embargo, su uso desproporcionado acrecienta, además, las probabilidades de sufrir trastornos de salud mental, como ansiedad, depresión y aislamiento social, sobre todo en el caso de los adolescentes, alertó la entidad de Naciones Unidas.
La nueva revolución tecnológica está cargada de promesas, que nos deben entusiasmar y llenar de esperanza, «pero no de un optimismo tecnológico ciego», aconsejó el secretario ejecutivo de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), José Manuel Salazar-Xirinachs, en un foro realizado en marzo de este año.
Distintas herramientas digitales pueden convertirse en grandes motores para dinamizar la productividad y reducir la inequidad social, mediante el acceso a educación y salud, la inclusión financiera y la provisión de servicios públicos, estimó el funcionario, en la conferencia IA en América Latina y el Caribe: Retos, Estrategias y Gobernanza para el Desarrollo de la Región.
En materia institucional y de gobernanza –abundó–, pueden contribuir a fortalecer la transparencia, aminorar la corrupción y el desperdicio de recursos, así como a elevar la eficiencia estatal y la participación ciudadana.
Pero si la introducción de los adelantos se limita a sectores reducidos de la sociedad, de las empresas y las personas, «la nueva revolución tecnológica generaría más desigualdad y exclusión, en vez de mayor equidad e inclusión», subrayó Salazar-Xirinachs.
Estudios de la Cepal avalan que la región continúa sumida en tres trampas del desarrollo: una de baja capacidad para crecer y desarrollar su potencial productivo; otra de elevada desigualdad, baja movilidad social y débil cohesión social; y una tercera de frágil institucionalidad y gobernanza poco efectiva.
Tecnologías emergentes, como la IA y los entornos virtuales, podrían ayudar al auge socioeconómico, pero el camino de la justicia y la igualdad sigue empedrado.















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