ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Foto: Ilustrativa

Hay un padre que, malherido, carga en su regazo lo que queda del cuerpecito de su hijo. Con sus últimas fuerzas –agradece que así sea, las últimas– le besa la manito, le cierra los ojos, lo despide. La escena se repite una y otra vez. En la Franja de Gaza no hay sitio al que se pueda voltear la mirada y no ver muerte, hambruna, horror, como si fuese el mismísimo diablo quien se empecinase en destruir allí todo rastro de vida.

Ucranianos y rusos quedan también al campo, por cientos y cientos. Siria en ruinas. En El Congo no cesan las hostilidades. Misiles de largo alcance se han posicionado en el Caribe sur, mientras marineros estadounidenses dicen hundir embarcaciones bajo falsos pretextos. En miles de hogares se desconoce el destino de sus familiares migrantes. El inquilino del Despacho Oval pretende militarizar Washington… ¿Cuándo se detendrá la masacre?, piensan las madres del mundo.

Pero, para contener la violencia, el odio, la discriminación, la desigualdad, el acoso, la pobreza, la injusticia –que pululan entre la humanidad– hay que ser conscientes, primero, de que, como va, el mundo avanza a su autodestrucción.

«Puesto que las guerras nacen en la mente de los hombres, es en la mente de los hombres donde deben erigirse los baluartes de la paz», ha dicho la ONU, cuya Asamblea General decretó, en 1981, el 21 de septiembre como Día Internacional de la Paz. Y luego, en 2001, decidió por unanimidad, designarlo también como jornada de no violencia y alto el fuego.

Promover el entendimiento entre gobiernos, la no violencia, el desarme, es una prioridad hoy, cuando crisis sociales y humanitarias son las noticias del día a día.

Entretanto, periodistas mueren constantemente en ataques directos que, se sabe, han sido dispuestos a silenciar los crímenes.

Estos tiempos de turbulencias requieren acciones concretas, disposición, conciencia, para edificar un mundo pacífico y sostenible. Los avances de la ciencia no pueden estar al servicio de las guerras, para hacer cenizas con una mano lo que se construye y sostiene con la otra.

Deben los pueblos abrazarse, porque, de no ser así, ni planeta ni especie habrá que cuenten la historia, ni siquiera la de los aldeanos vanidosos que pudieran convertir su aldea, y la de los demás, en barro y escombros.     

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