ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Atalaya de Kizilgaha. Foto: Pérez López, Yesey

XINJIANG.–En el corazón de la antigua Ruta de la Seda, en la Región Autónoma Uigur de Xinjiang, en China, tres lugares crean un triángulo histórico que puede ser recorrido en un día, pero que comprende la obra creada durante siglos por la naturaleza y los seres humanos.

El Bosque de Piedra Roja de Kizil, la Atalaya de Kizilgaha y las ruinas del templo de Subashi simbolizan tres legados: natural, humano y sagrado.

Desde aquí se contribuyó a crear y fomentar la Ruta de la Seda, «una red interconectada de caminos que enlazaron las antiguas sociedades de Asia y contribuyeron al desarrollo de muchas de las grandes civilizaciones del mundo», al decir de la Unesco.

La herencia sigue viva en esos tres sitios, que forman parte del extenso corredor declarado Patrimonio de la Humanidad en 2014, que se extiende por China, Kasajastán y Kirguistán. Incluye paisajes, construcciones defensivas y con propósitos espirituales que testimonian la riqueza cultural y comercial de esta histórica vía de conexión entre Oriente y Occidente.

10:30 H: EL BOSQUE QUE NO TIENE ÁRBOLES

En verano, la mañana en el Bosque de Piedra Roja de Kizil no tiene la suavidad de la caricia: está llena de energía. Desde muy temprano, el sol eleva las temperaturas en las formaciones de arenisca, y la iluminación cambia los colores del panorama en cuestión de minutos.

Como su nombre hace suponer, este bosque no está formado por árboles. En realidad, la vista no alcanza a distinguir ninguno. Es un paisaje natural en tonos amarillos y rojizos, creado por la erosión ocasionada por el viento y el flujo del agua.

Ambos elementos han creado valles, crestas, plataformas y colinas, configurando un ambiente peculiar. Entre ellos, la luz pasa, creando sombras y figuras.

La zona tuvo un rol complementario, pero de importancia única, debido a su cercanía a nodos históricos de la Ruta de la Seda, como Kizil y Kuqa.

La singularidad del «bosque» era una referencia geográfica que guiaba a los comerciantes y peregrinos en su tránsito por la región. Es posible imaginar el alivio que significaba para los viajeros descubrir su silueta inconfundible, confirmando que estaban en la ruta correcta y más segura, en medio de climas extremos y desiertos impresionantes.

Así, el Bosque de Piedra Roja marcó la memoria colectiva de mercaderes, monjes y exploradores, como una especie de faro geológico que pasó a formar parte de las memorias del viaje durante siglos.

14:00 H: A LA SOMBRA DEL VIGILANTE

La mitad de la tarde llega a la Atalaya de Kizilgaha, convirtiendo el calor en un ejercicio de resistencia. El sol transforma los ladrillos de tierra apisonada en planchas candentes y las marcas del tiempo en sus muros se hacen más visibles.

Debe ser impresionante contemplar el paisaje desde sus 13,5 metros de altura; allí, donde se divisan mejor las montañas Tianshan y las industrias que también componen este panorama en la actualidad.

Esta era una de las torres de vigilancia construidas durante la dinastía Tang, en el siglo vii, para transmitir señales de humo y fuego, así como proteger caravanas. Hoy es una de las mejor conservadas de Xinjiang.

La atalaya, junto a otras de su tipo, es considerada un elemento clave del sistema de defensa y comunicación de la red comercial existente en la antigüedad. Gracias a ella, se garantizó la seguridad de rutas vitales para el intercambio de seda, especias y conocimientos entre Oriente y Occidente. Sus muros erosionados recuerdan el ingenio militar y la organización que hicieron posible el florecimiento de la Ruta de la Seda.

18:45 H: EN LAS RUINAS DEL TEMPLO BUDISTA

De muchas formas, las rocas cantan en este lugar. El viento, al atardecer, pasa entre los restos de muros y produce sonidos que pueden ser un canto histórico.

La propia ambientación ha dotado al sitio de sistemas de audio, disimuladamente incorporados, que repiten mantras budistas y que crean una atmósfera única: sencilla y a la vez sobrecogedora.

Estos fragmentos de muros de ladrillo fueron, hace siglos, uno de los monasterios budistas más importantes de la región. Abarcan un área de más de 20 000 metros cuadrados, en las que aún se intuye la vida de los monjes que vivieron entre los siglos iii y viii, cuando el lugar era un refugio espiritual en pleno corazón de la Ruta de la Seda.

El templo budista de Subashi fue testigo del paso constante de caravanas, monjes y comerciantes que encontraban aquí un espacio para descansar, aprender y difundir el budismo. Su ubicación no solo garantizaba agua y protección, sino que lo convertía en un eslabón vital de intercambio cultural en esta vasta red de caminos.

Las excavaciones arqueológicas han permitido identificar celdas y salas de oración, que confirman la relevancia de este conjunto como centro religioso y educativo. Varios hallazgos, como inscripciones y fragmentos de pinturas murales, aportan valiosa información sobre la iconografía budista y las influencias artísticas que llegaban desde la India y Asia Central.

Cuando el día está a punto de terminar, las sombras comienzan a alargarse, creando contrastes con las montañas que parecen cercanas, pero se tiñen de azul por la distancia.

En la noche, si se presta atención, también se escuchan los sonidos que acompañaron este corredor durante siglos. Quizá digan que es imposible, pero así son las leyendas: certezas para algunos y fantasías para otros.

Lo indiscutible es que el Bosque de Piedra Roja, la Atalaya de Kizilgaha y las ruinas del templo budista de Subashi permanecen como testigos centenarios de cómo la Ruta de la Seda creó un puente entre culturas, creencias y saberes.

Su conservación permite que las huellas de quienes transitaron estos caminos sigan revelando la magnitud de un legado tan importante, que sobrevivió al tiempo y tendió puentes entre el pasado y el futuro.

Atalaya de Kizilgaha. Foto: Pérez López, Yesey
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