ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA

Un parlamento en una trinchera, dijo cierta vez Cintio Vitier, aludiendo a lo que debería ser el modo de discutir la vida en todas sus dimensiones para la circunstancia cubana.

Hugo Chávez propondría una fórmula bastante cercana cuando incitaba: irreverencia en la discusión, unidad en la acción.

Por sus puntos de partida, y contextos en general, podría parecer que son ideas solo aplicables al caso cubano y venezolano; sin embargo, sendas experiencias, si nos enfocamos en lo que las depreda una y otra vez, no son más que un terreno de lucha, como el de cualquier proyecto que aún hoy pretenda la liberación definitiva, en condiciones de acecho harto agudizadas.

La experiencia internacional, la pretérita y la de muy por estos días, nos habla de la necesidad de aplicar estas máximas –póngale las palabras que quiera– si de la izquierda se trata.

Bolivia podría elevarse como el caso tipo de lo que ocurre cuando los árboles no dejan ver el bosque, pues la derecha regresará al poder mediante las urnas después de dos décadas, con un memorable interín en 2019: la aventura del golpe de Estado y su saldo de casi 40 personas asesinadas.

Se había hablado del milagro boliviano para referirse al salto económico desde 2006. El Movimiento al Socialismo recuperó el Gobierno por los votos tras el mandato de facto de Jeanine Áñez. Hoy reina la incertidumbre y solo se sabe que los de siempre, que nunca suelen irse del todo, están de vuelta.

Ya decíamos que Bolivia era el caso más actual y particularmente neurálgico, pero su suerte no es aislada.

Las derechas, unas más altisonantes que otras, avanzan por nuestras tierras, mientras que algunas izquierdas parecen dedicar más tiempo a la crítica intestina que a enfocar todas las fuerzas, ya ni siquiera en vencer, sino apenas en sobrevivir.

Irreverencia en la discusión, sí, eso ya está, pero, ¿lo otro qué? La pureza que aísla y mata nunca es tan pura, como no es tampoco virtud la ceguera.

La unidad no es «amar a ciegas». La unidad también duele. La unidad, desde hace millones de años, resulta mecanismo de supervivencia.

Y la unidad, desde entonces y hasta el lejano mañana, se construye y se apuntala, se defiende, se cultiva. No es el mal arte de los falsos «unanimismos» y sí la técnica de construir con muchos y muchas para todas y todos.

Los movimientos, inmensos o pequeños, intracomunales o internacionales, tienen que unir y unirse: para poder ser y para ser poder, y para no suicidarse, porque son los vivos, a fin de cuenta, los responsables primeros de defender la vida.

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